Descubriendo Los Abruzos: L’Aquila y los grandes parques nacionales de Los Apeninos

Lago di Barrea. Uno de los muchos lugares mágicos en Los Abruzos.

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Las primeras rampas de Los Apeninos suelen marcar el límite al que llegan los millones de turistas que se mueven entre el sur y el norte de Italia en sus viajes por este país maravilloso e inabarcable. Incluso estando relativamente cerca de Roma, esta zona del país es una gran desconocida dentro y fuera del país. Abruzzo aparce como una región remota y escondida pese a estar a pocas horas de la capital. Estamos hablando de una región que aúna las alturas de la gran cordillera de la Península itálica y algunas playas maravillosas y remotas del Adriático. Aquí, por ejemplo, tenemos uno de los espacios naturales más importantes del país. En el Parque Nacional del Gran Sasso y Montes de la Laga se encuentra una de las alturas más imponente del país. El Monte Corno Grande, con sus casi 3.000 metros de altitud, guarda la masa glaciar más meridional de Europa (Glaciar Calderone). A uno de los valles del parque, un pequeño altiplano que recibe el nombre de Campo Imperatore, se le conoce como el pequeño Tíbet de Italia, una región de llanuras rodeadas por picos en el que puedes ver hasta restos de varias iglesias y monasterios medievales –en muy mal estado por desgracia-. Y estamos a menos de 150 kilómetros del centro de Roma en coche.

Los Abruzos (Abruzzo en italiano) es una región con una potencia de atracción brutal. Lo tiene todo. Y no es broma. Cuenta con grandes espacios naturales; ciudades colmadas de patrimonio que se remonta a tiempos anteriores a Roma y hasta una fuete presencia de cultura española en lugares como L’Aquila, ciudad de montaña que durante siglos fue frontera y plaza fuerte del Reino de Nápoles (territorio español) frente al poder del Papa de Roma. Casi nada. Y por eso nos vamos a encontrar con villas monumentales, castillos, viejas abadías y pequeñas maravillas como el Oratorio de San Pellegrino en la diminuta aldea de Bominaco (acceso por Strada Statale 261 desde L’Aquila). Según cuenta la tradición, el actual oratorio se construyó a partir del siglo X sobre un antiguo templo romano dedicado al culto de Venus. Pero por lo que es famoso este lugar es por sus magníficas pinturas murales románicas (siglos XII y XIII). Bomiaco es un ejemplo perfecto de todo lo que se puede hacer en Los Abruzos. Son apenas cuatro casas y tienes el propio oratorio, un viejo monasterio románico, un castillo. Y antes de llegar el Borgo Fortificado di Castello (Fangano Alto), una ciudad en miniatura con su iglesia y sus palacios dentro de un castillo. Y si vas un poco más allá de Bominaco te topas en pocos minutos en Caporciano, un pueblo divino con una iglesia que envidiarían muchas grandes ciudades del mundo (San Benedetto Abate) y una torre medieval impresionante. Sólo nos hemos movido once kilómetros entre Fangano Alto y Caporciano.

Empezar la visita en L’Aquila.- La segunda ciudad en población de la región es, sin embargo, la más importante desde el punto de vista patrimonial e histórica (es la capital de Los Abruzos). La población es una vieja plaza fuerte amurallada que cuenta con una colección importante de edificios notables con el Forte Spagnolo (Via Castello) como elemento más llamativo de un centro histórico con varias joyas de gran categoría: la Catedral de San Máximo y San Jorge (Duomo, sn); el Palazzo Alfieri (Via Fortebraccio, 54); la Basílica de San Bernardino (Via di San Bernardino); el Monasterio de San Basilio (Piazza di San Basilio) o la curiosa Fuente de los 99 caños, que representaba a cada uno de los pueblos y fortalezas vinculadas a la ciudad. El Borgo medieval está rodeado de muros que se abren en puertas monumentales y caminar por él es una delicia. Pero lo mejor de L’Aquila es que desde aquí puedes acceder a la gran mayoría de atractivos de la región.

A 12 kilómetros (por la SS-80) está el Área Arqueológica de Armiternum, antigua ciudad de origen sabino que fue la principal urbe romana de la región (aquí puedes ver los restos de un anfiteatro, varios edificios públicos y un pequeño museo de sitio); a menos de 15 kilómetros (SS-17) se encuentra el pueblo de Assergi, una preciosa población medieval de alta montaña (con un casco histórico de callejuelas laberínticas y abigarradas) que sirve de puerta de entrada al Parque Nacional del Gran Sasso y Montes de la Laga (aquí tienes el teleférico que sube hasta la zona alta del Campo Imperatore y a las cercanías del Corno Grande); y Bominaco, aquel pueblo que tenía una de las mejores muestras de frescos románicos de toda Europa, dista 34 kilómetros del centro de L’Aquila. Todo a un paso.

La gran ciudad Romana de Los Abruzzos.- La Piana del Fùcino (llanura de Fucino) es u paisaje surrealista; una enorme llanura plagada de explotaciones agrícolas enclavada en una región donde manda la montaña y la pendiente. Se trata de uno de los enclaves agrícolas más importantes del país. Pero ojo, estamos ante uno de los alardes de ingeniería hidráulica más sorprendentes del mundo antiguo. Los Túneles de Claudio son un impresionante desague de 5,6 kilómetros de longitud que sirvieron para drenar buena parte de un enorme lago y crear campos productivos y un entorno libre de malaria. Dicen que la obra duró unos once años y que demandó la mano de obra de unos 30.000 trabajadores. Tras la caída de Roma, el drenaje dejó de mantenerse y el lago se llenó otra vez. Hubo que esperar al siglo XIX para recuperar el trabajo y perfeccionarlo. El resultado es uno de los lugares más fértiles de toda Italia.

Muy cerca del antiguo lago están los restos de Alba Fucens (SP-24), una antigua ciudad romana que poco a poco va saliendo a la luz gracias a los trabajos de excavación. Aquí puedes ver un anfiteatro muy bien conservado y restos del trazado urbano en un entorno que demuestra cómo fueron cambiando las cosas tras la caída del imperio. Lo que fue una gran ciudad se convirtió en un pequeño pueblo medieval junto a un castillo (hoy ambos en ruinas). LO único que sobrevivió al paso de los siglos es la Iglesia de San Pietro in Albe (de estilo románico).

El Lago di Barrea y los pueblos de montaña.- Para acceder al Castello Monumentale di Barrea hay que sortear un verdadero laberinto de callejuelas a las que apenas llega el sol. Casas de piedra de geometrías imposibles que enmarcan un callejero demencial de arcos, escaleras y pequeñas placitas en las que podemos encontrar algunos edificios de interés. Desde lo alto podremos ver no sólo el mazacote de tejados del Borgo (casco medieval) sino el Lago que comparte el nombre con el pueblo (Lago di Barrea) y un precioso valle excavado en forma de V y rodeado de montañas a alas que se aferran otros pueblecitos casi tan bonitos como la propia Barrea (Villeta Barrea y Civitella Alfedena). Estamos en el extremo sur de la región en un área marcada por la alternancia de alta montaña y profundos valles cuajada de parques nacionales, bosques protegidos y monumentos naturales. Aquí, por ejemplo, se concentra la mayor población de lobos del país (en Civitavella hay un centro de interpretación sobre este animal mítico).

Pero la joya de esta parte del país es el oso pardo, que se concentra en el Parque Nacional de Los Abruzos. El centro de operaciones para explorar este enorme espacio natural es el pueblo de Pescasseroli. Uno piensa en cualquier pueblo de alta montaña y se imagina casitas de piedra, algún chalet de estilo alpino pero aquí nos encontramos con un señor pueblo con sus iglesias y sus palazzos renacentistas. Pero en medio de una naturaleza apabullante. Los lugares de interés más importantes del parque son Val Cervara (acceso desde Pesasseroli), que alberga un hayedo imponente y donde es posible ver al oso y al lobo (a través de actividades organizadas por el propio parque) y la Reserva Natural de la Garganta del Río Sagitario (acceso desde VillaLago y Lago San Domenico).

Fotos bajo Licencia CC: Helena; Andrej; Giulio Roggero; Stefano Maule; Paolo Fefe'; luigi alesi; robra photography []O]

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