Análisis

Aburguesamiento, academia y oficina: por qué se vuelve más conservadora nuestra ropa

Alba Correa

17 de abril de 2024 22:23 h

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El pasado 17 de marzo, la pareja de actores formada por Zendaya y Tom Holland asistió a la final masculina del torneo de tenis Masters de Indian Wells, en California. Mientras Carlos Alcaraz se batía contra el tenista ruso Daniil Medvédev, los fotógrafos no perdían la pista de los dos intérpretes entre el público. Estas instantáneas tenían por delante un inevitable recorrido por redes sociales y medios de moda, un universo en el que ambos despliegan una indiscutible influencia. El estilismo coordinado que habían elegido llamaba la atención por remitir a una elegancia de otra época. Él, con su camisa de punto abierta sobre una camiseta interior clásica y gafas de pasta de cristales anaranjados, encarnaba ese look que la prensa especializada ha bautizado como grandpa core (tendencia abuelo). Ella, con su corte bob peinado con la raya al lado y un total look de Louis Vuitton blanco inspirado por los uniformes del tenis, lucía una minifalda tableada y sudadera abierta de silueta clásica.

Unos días antes, Rosalía había visitado el cuartel general de Zara en Arteixo en lo que muchos interpretaron como la cocción de una futura colaboración, y si la ropa que llevaba la intérprete servía como pista, esta era una muy elocuente. En los vídeos viralizados se ve a la cantante catalana caminando por los pasillos de la empresa con un estilismo que bien podría recordar al clásico New Look con el que Christian Dior quiso sacudirse los fantasmas de la II Guerra Mundial en los años 50: una falda a media pierna entallada en la cintura y con un vuelo generoso en metros de tela, camisa negra clásica y entallada a juego, y unos kitten heels con punta y destalonados calzando sus pies. Precisamente son los kitten heels destalonados el calzado que se presenta como tendencia incluso para las generaciones más jóvenes, que siempre han sido un tanto reacias a unos zapatos que se asociaban a mujeres mayores.

¿Cuáles son las tendencias que emergen del pasado?

Un puñado de anglicismos sirven para indicar cómo la brújula de las tendencias se escora, en la primavera de 2024 y para el próximo otoño, hacia espacios formales como la oficina o la academia, la elegancia más clásica y normativa, e incluso la tercera edad para inspirarse: grandpa core, quiet luxury (lujo silencioso), estética office siren (para hablar del uniforme de oficina) , understated elegance (elegancia discreta), mob wife aesthetic (estética de las 'esposas de la mafia') o librarian core (como visten los bibliotecarios y bibliotecarias). Una cascada de terminología cultivada al calor de la inventiva de las redes que en realidad se traduce en objetos de sobra conocidos como las gafas de pasta, el regreso de los pantalones capri, icónica prenda de los años 50, o los ya mencionados kitten heels destalonados.

Un puñado de anglicismos sirven para indicar cómo la brújula de las tendencias se escora hacia espacios formales como la oficina o la academia, la elegancia más clásica y normativa, e incluso la tercera edad

Prendas que inesperadamente se abren camino hacia la moda urbana en un gesto bastante insólito en la historia de la moda. Si bien las tendencias de otras décadas siempre han regresado una y otra vez a la actualidad, estos regresos solían contextualizarse bajo un nuevo tono que filtraba su posible clasicismo en los estilismos jóvenes y urbanos. Esta es la primera vez, desde que en los años 60 la juventud se escindiese como un público de moda independiente y la rebeldía se codificase bajo el significante de ciertas prendas desenfadadas, que el latido general de la industria camina hacia una elegancia del pasado, alejándose de los códigos de la calle, la juventud y la contracultura, incluso para hablar a sus consumidores más jóvenes.

Esta vez, en vez de filtrar prendas del pasado con un tamiz contemporáneo más inclinado hacia la moda joven y deportiva, el fenómeno sucede al revés. La industria de la moda retoma esa estética más deportiva o desenfadada del pasado y la plasma en estilismos de hoy. Es el llamado estilo preppy, tan vinculado a la escena deportiva de las universidades privadas de élite de Estados Unidos, es decir, la llamada Ivy League, que en los años 50 concentraba a los hijos de las familias más privilegiadas del país y que generó su propia iconografía de moda. Trasladado a un tablero de inspiración encontraríamos referencias del tenis o la hípica, pero también de la forma de vestir de las grandes estrellas del Hollywood de los años 50 en sus instantáneas más relajadas. 

Después de años de influencia del streetwear (moda urbana) y de reinado generalizado de la estética athleisure (con aire deportivo) pero en la realidad de la moda cotidiana a pie de calle, no es de extrañar que la industria intente orientar a los consumidores en otra dirección.

En la pasarela y en la calle: ¿qué implica este fenómeno?

Hace pocas temporadas, incluso la firma de moda de lujo menos accesible y con más historia tenía un plan para entrelazar su imagen de marca con los códigos del streetwear. No había colección sin un modelo de sudadera, sin embajadores entre los géneros musicales preferidos por los jóvenes, sin un modelo de zapatillas deportivo propio que aspirase a la viralidad. Actores como Vetements, la firma fundada por los hermanos Gvasalia (ahora capitaneada en solitario por Guram Gvasalia precisamente desde que Demna se dedica en exclusiva a diseñar para Balenciaga), aceleraron la importancia de la irreverencia en la moda de lujo. Desde las camisetas de DHL a las bolsas de Ikea. 

Un pasado nada remoto que ahora parece impensable para la actualidad de las pasarelas que, tal y como asegura la prescriptora y divulgadora de moda Carlota Marañón a elDiario.es, siempre acaba teniendo un reflejo en las tendencias a pie de calle, aunque sea a través de las opciones disponibles en el mercado de fast fashion. Para Marañón, este probable aburguesamiento de las últimas tendencias no ocurrió ayer. “Este movimiento se lleva tiempo percibiendo, pero en los últimos años ha tomado un protagonismo muy potente”, explica la divulgadora y creadora de contenido. “A pesar de la inmediatez, y de lo efímero y cambiante de las tendencias, estamos todos de acuerdo en sentirnos libres a la hora de vestir, y estamos en un punto en el que se han roto los estándares de qué se puede combinar y qué no. Tenemos libertad para integrar y mezclar estilos”.

La influencer cita ejemplos concretos, como los mocasines deportivos fruto de la colaboración entre la firma New Balance y la diseñadora japonesa Junya Watanabe. Para ella, cuyo estilo se encuadra –no sin una buena dosis de eclecticismo– en los senderos del streetwear, todo esto no significa que la moda de influencia deportiva y urbana vaya a desaparecer. Se trata de una forma de vestir que “si lleva tanto tiempo presente es por la comodidad que conlleva”. Piensa que la moda deportiva, fuera de los contextos estrictamente deportivos, ha dado a mucha gente libertad y comodidad en su forma de vestir sin renunciar a la estética.

Pero, ¿se ha vuelto la moda conservadora?

Volver a estándares de elegancia anteriores a los de 1968 es también volver estéticamente a un mundo que no se esforzaba demasiado por disimular que la riqueza estaba concentrada en las manos y el gusto de un minoritario grupo de personas. En los últimos años, las grandes corporaciones del mundo de la moda abrazaban la diversidad como un valor para conservar, al menos en su estrategia de comunicación. Pero, paulatinamente, hemos regresado a un concepto normativo de elegancia. Si la serie de HBO Succession puso de moda la tendencia del lujo silencioso, las hermanas Kardashian le daban carta de realidad con una transformación física y de estilo que volvía a beber de la estética wasp (del inglés White Anglo-Saxon Protestant , que se usa para referirse a personas blancas norteamericanas de las clases dominantes). Mujeres como Carolyn Bessette-Kennedy o Diana de Gales regresaban al mood board de inspiración. Y regresar estéticamente a un lugar conocido no es un fenómeno casual. La moda es un buen termómetro del ánimo social, del espíritu del tiempo. Si la moda se vuelve conservadora y mira tan atrás en el tiempo es porque el futuro inmediato inspira emociones contrarias.

Así opina María José Pérez Méndez, periodista especializada en moda y cofundadora de la plataforma Dmoda.io. “No es ninguna novedad, ni ningún secreto, que ante tiempos inciertos, recurrir a vestimentas clásicas consideradas aptas socialmente es un seguro: nos coloca dentro del grupo que no queremos abandonar, nos aporta seguridad a un nivel muy primario, visceral”, explica la experta. “Es un fenómeno que se explica con la historia en la mano: ”Estamos recuperando o reinterpretando preceptos estéticos que se acercan mucho a los que rodeaban la Segunda Guerra Mundial, que no son otros que los de la autoridad y el poder concebidos a través de hombros poderosos, siluetas relativamente rectilíneas, largos midi y hechuras que se acercan al cuerpo“.

Volver a estándares de elegancia anteriores a los de 1968 es también volver estéticamente a un mundo que no se esforzaba demasiado por disimular que la riqueza estaba concentrada en las manos y el gusto de un minoritario grupo de personas

La periodista llama la atención sobre el hecho de que ahora la tendencia no es tanto imitar la forma de vestir de estrellas del pop o de los géneros de música mainstream, como venía siendo habitual, sino sencillamente vestir como lo haría una persona rica. Con un uso del lujo que por ser menos estridente se percibe como mejor. “Venimos de unos años en los que las firmas de lujo han hecho apuestas masivas por el streetwear, en una carrera acelerada por ver quién era el que conseguía hacer la penúltima zapatilla objeto de deseo, la siguiente camiseta de algodón con el logo en el pecho, casi a modo de souvenir. Y mal no les fue, teniendo en cuenta que los porcentajes de beneficios eran más jugosos año tras año”, reflexiona la periodista. “La cuestión es que, de repente, ha dejado de interesarles, como si el mercado ya estuviese agotado; algo que es relativamente natural teniendo en cuenta que el sistema de consumo actual y la digitalización tanto de los mercados como de la vida cotidiana hace que los ciclos de tendencias se hayan acelerado”.

Pronóstico de futuro y caducidad de esta corriente de estilo 

Si bien es cierto que en otras ocasiones la generación zeta ha viralizado, a través de redes sociales, estilos ya pasados de moda como la estética emo o el look twee, lo efímero de esos regresos impedía que se hablase de una tendencia real, con un seguimiento importante en términos de mercado.

La moda es un buen termómetro del ánimo social, del espíritu del tiempo. Si se vuelve conservadora y mira tan atrás en el tiempo es porque el futuro inmediato inspira emociones contrarias

Tal y como establecía la youtuber especializada en moda y estética Mina Le en uno de sus videoensayos, el auge de las microestéticas (normalmente identificables por el sufijo core) compromete la existencia de las contraculturas como expresión visual en la moda de una rebeldía u oposición al sistema. Pero que esta renovada energía de la moda clásica no tenga un origen ni en la calle ni en las redes, sino entre las propias bambalinas del mercado, le augura algo más de estabilidad en el tiempo. Así lo cree la Pérez Méndez: “Viendo las colecciones de otoño y las apuestas de firmas de moda rápida (que, en teoría, le tienen bien cogido el pulso a la calle), además del clima que se respira en redes sociales, no parece que esa tendencia hacia el clasicismo vaya a desaparecer en cuestión de meses, sino que es una apuesta a, al menos, medio plazo”.

El hecho de que las redes sociales hayan alcanzado la madurez de mercado también implica que sus consumidores (o usuarios) están entrenados en la tarea de convivir diariamente con imágenes de la cotidianidad de personas más privilegiadas económicamente, y con la pujante aspiración de alcanzar los mismos estándares en la performatividad de su propia vida en redes sociales. Expresado de otra manera, estamos más preparados que nunca para una moda anclada en el imaginario de la burguesía de la última mitad del siglo XX. Ahora que no hay armario sin un par de leggings es el mejor momento, desde un punto de vista mercadotécnico, de convertirlo en un vestigio estético del pasado.