2. Pedro Aceña: “Estaba helado, sin comer, sin dormir... sólo pensaba en aguantar”

Rioja2

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Corría el año 1974, Pedro Aceña tenía diecinueve años, era miembro de la Liga Comunista Revolucionaria (LCR) pero aún no estaba fichado. Pasaba desapercibido. Vivía en casa con su familia. Todo cambió el 9 de febrero en la madrileña Avenida de Fátima, donde había acudido para protestar contra la condena a muerte del joven Salvador Puig Antich (fue ejecutado el 2 de marzo en un garrote vil). No eran buenos momentos para protestar contra las decisiones del régimen si es que alguna vez los hubo menos malos. La dictadura tenía que mostrar firmeza tras el reciente asesinato de Carrero Blanco (20 de diciembre de 1973). Allí, en el barrio de Carabanchel, cambió la vida de Aceña cuando fue detenido.

El documento de la detención señala como causa “posible participante de un comando convocado por la LCR”. La sanción: 20.000 pesetas, por Infracción de Ley de Orden Público. “No nos pillaron con algo como una cadena o un cóctel molotov, sólo estábamos paseando”. Estaba todo preparado. Una vez se disolvía la manifestación, todos ponían en funcionamiento su coartada. “Yo iba con una chica de la mano y decíamos que veníamos de bailar. Teníamos todo organizado porque sabíamos qué salas de fiestas había, dónde estaban…”. Los agentes de la Brigada Política Social no pudieron probar nada. No le habían pillado “con las manos en la masa”. Al ser la primera detención, no hubo palizas ni torturas, “sólo cuatro galletas”, pero sí un cambio de condición. Pedro Aceña ya estaba fichado.

Este joven miembro de la LCR tuvo que dejar entonces la casa en la que residía con su familia por motivos de seguridad. “Si vivías donde siempre, iban a buscarte allí, te hacían un seguimiento y cuando te reunías con tu célula, hacías que cayeran seis o siete”. Era difícil escapar al control de la Brigada Política Social. Sólo para seguir a su organización, había más de cien policías en la capital.

Una madre enferma y unas comunicaciones precarias empujaron a Aceña a cometer una imprudencia: acudir a verla. La casa estaba vigilada y lo sabía, así se lo habían hecho saber los vecinos, incluso la panadera, “que era carlista”. Era un 18 de abril, cuatro días más tarde de la celebración del Día de la República y a menos de dos semanas del Primero de Mayo. A las cuatro de la mañana sonó la puerta. “¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¿Está Pedro Aceña? Nos tienes que acompañar”. Buscaban propaganda ilegal e información en general sobre la LCR. Lo primero lo buscaron en la vivienda. Sin suerte. Lo segundo, en las costillas y en las plantas de los pies de los detenidos tras sus negativas a contestar. “No teníamos nada. La propaganda se guardaba en otro sitio y nadie llevaba la guía de teléfonos encima. ¡Si hasta nos estaba prohibido ir por zonas de Madrid como Moncloa o Argüelles (donde está ubicada la zona universitaria) porque había mucho movimiento estudiantil y policía!”.

Esta detención fue la más dura. Llevaron a Aceña a la Dirección General de Seguridad en la Puerta del Sol y, como ya estaba fichado, comenzaron directamente a preguntar por nombres concretos. “Empezaron a sacarme fotos, a zumbarme, a decirme que si me habían visto en tal sitio o que si me había juntado con tal otro”. Allí apareció Billy el Niño acompañado de su sadismo, su pistola y su impunidad para hacer lo que le viniera en gana con los detenidos. “Puedes chillar, vamos a hacer lo que queramos”. Y en efecto. Esposado a un radiador, de rodillas, recibió tal cantidad de golpes en las plantas de los pies que terminaron por abrirse. Luego tuvo que hacer el pato. También flexiones. Todo esto en 72 angustiosas horas en las que permaneció sin comer, sin dormir y entre la sala de torturas, la de interrogatorios y la celda.

“Hay un momento en las torturas en el que estás deseando que te metan en la cárcel porque es una liberación. La gente te hacía un buen recibimiento. Te daban fuerzas y ánimo para seguir”. Y así fue. Después de tres días sin proporcionar información a la policía, Aceña fue multado con 200.000 pesetas y arrestado durante dos meses. La condena de tres años de prisión que le reclamaban fue amnistiada en 1977. En Carabanchel coincidió con toda la dirección de Comisiones Obreras, condenada en el Proceso 1001/72, que contaba con personajes históricos como Marcelino Camacho o Nicolás Sartorius. También estaban los etarras que asesinaron a Carrero Blanco, “que casi se lían a hostias con los del Partido Comunista”. La disputa, recuerda Aceña, fue por haber sacado a toda la policía a la calle con ese atentado. “Nadie se atrevía a hacer nada porque los militares podían salir a la calle. Ellos intentaron explicarlo en el patio de la cárcel mientras algunos les llamaban traidores”.

BAR FOMENTO

Fuera de prisión, Aceña pasó casi un año sin volver a ser arrestado. Otra vez en abril, un día 2. Estaba en el bar Fomento, en la estación de Atocha, junto a la que entonces era su novia. “Al salir del bar nos vimos rodeados por un montón de policías, nos empujaron, nos metieron a un portal, nos cachearon y nos detuvo el propio Billy el Niño”. Por desgracia, el proceso ya le resultaba familiar: viaje hasta la Dirección General de Seguridad y tres días de torturas.

“Aunque me pegaron otra vez y me preguntaron sobre lo mismo fue algo más llevadero al haber pasado por ello antes. Ya le había visto la cara a este tío, conocía de primera mano cómo torturaba… yo sabía que no me iban a sacar nada”. Su compañera, en cambio, no tenía tan claro cómo actuar en esas situaciones. Era una simple estudiante concienciada, pero que no estaba dentro de la organización. Incluso le pillaron una agenda de teléfonos. “Ellos sabían que no tenía nada que ver con nosotros porque a ninguno se nos hubiera ocurrido llevar eso”.

La chica no consiguió aguantar y terminó contando todo lo que sabía, que no era mucho. “Todo era intentar sacarle dónde se acostaba conmigo y dónde vivía yo hasta que se inventa que era por la Fuente del Berro, cerca de la calle Doctor Esquerdo. Fue mucho peor. Le montaron en un coche a las dos de la mañana y le llevaron de sereno en sereno preguntando: '¿Habéis visto a esta puta por aquí?'”. Pero Aceña era un hombre cuidadoso que ya sabía que eso podía pasar. “Yo le daba doscientas vueltas para que no supiese dónde estaba cuando venía a mi casa y, cuando iba a montarme en el metro, me salía justo antes de que se cerrara la puerta. Tipo película”.

En esta tercera detención no hubo multa. Le cogieron en la calle y no llevaba nada encima. Todo eran suposiciones, nada con lo que pudieran empapelarle, ni siquiera en dictadura. El daño no fue económico, pero sí físico y psicológico, a pesar de que Aceña intentara mostrarse cada vez más acostumbrado a ello.

No pasó mucho tiempo hasta que volvió a caer. El 29 de noviembre, nueve días después de muerto el dictador pero con el mismo nivel de represión, volvió a ser detenido. Otra vez en su casa por visitar a su familia. “Salía con un vecino y nos vimos rodeados de policías”. El otro chico corrió peor suerte, ya que se encontraba haciendo el servicio militar y fue sometido a una especie de Consejo de Guerra: seis meses en los calabozos. Aceña volvió a recibir palos y golpes, aunque en esta ocasión Billy el Niño se dejó ver menos. “Me molían a hostias pero él no estaba permanentemente conmigo, ni siquiera recuerdo si estaba por allí. Lo que sí que recuerdo es que estaba helado, sin comer, con unas mantas que olían fatal y sin dormir”. Por su cabeza sólo pasaba una cosa: aguantar, aguantar y aguantar.

*Mañana: 3. Pedro Aceña. El secuestro.