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Las vallas de obra abandonadas en la calle de San Andrés cumplen 9 meses entre nosotros

Aparecieron en la vida de Malasaña en octubre de 2019, vieron nacer entre nosotros, arrinconadas entre un árbol y una pared de la calle San Andrés -cerca de la esquina de ésta con la de San Vicente-, este inusual año 2020; fueron bautizadas como Pepi, Luci y Bom cuando se les empezó a coger cariño, aguantaron estoicamente la soledad a la que las condenó el obligado confinamiento durante los días más duros de la pandemia y, llegada la nueva normalidad, siguen entre nosotros como un gigantesco monumento a lo mal que puede llegar a funcionar el sistema municipal de avisos para resolución de incidencias.

Más de 9 meses llevan olvidadas en plena calle tres vallas amarillas de obra que sirvieron en su día para proteger a los viandantes mientras se arreglaba  el enorme socavón que en octubre del pasado año apareció en la calle San Vicente Ferrer. Si bien el resto de sus congéneres (las otras chicas del montón) fueron retiradas al finalizar la reparación de la calzada, éstas se abandonaron sin más en la vía pública y ninguno de los múltiples avisos efectuados para que se las llevaran han servido para lograr un objetivo que, hoy por hoy, sigue antojándose imposible de conseguir.

Aunque a fuerza de permanecer, inmóviles en su ubicación, han llegado casi a convertirse en invisibles para los habitantes de Malasaña, tal y como suele suceder con las cosas que llevan toda la vida entre nosotros, de vez en cuando algún tropezón involuntario con alguna de ellas nos hace ser conscientes de su materialidad.

Es posible que pronto los guías turísticos que recorren el barrio, justo después de hablar sobre los bonitos azulejos de la antigua Farmacia Juanse, inviten a las personas que los acompañan a darse la vuelta,  reparar en las vallas de la calle de San Andrés y contarles su historia. Van camino de poder ser declaradas BIC.