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Espacio de opinión de Tenerife Ahora

Buscando el destino

a

Indra Kishinchand López

Esta es la canción que prende la mecha

para la explosión de cositas buenas

que merezco y no voy a negarme

por esa obsesión de sentirme siempre mal

de perderte sin querer

de buscarte en cada bar;

no estás.

'La canción de la carretera'

Esta vez no soy capaz de mirarme al espejo sin tener la sensación de que todas las palabras en las que me busco son el reflejo de la mentira universal: que la verdad existe, que el amor no duele, que la soledad es ficción. Siento pena de quien no es capaz de quererse y busca los restos del amor en cada botella de ron. Pena de mí, entonces, que ya no me encuentro porque no me busco en ti.

Noto una angustia inexplicable ante la imagen de todo lo que yo no pude ser nunca: el recuerdo de una ciudad en la que fuimos juntos de nuevo, la sonrisa de un extraño, el boceto de un futuro; percibo una ansiedad injustificable que arrasa con el origen de una vida que construí a base de noches de insomnio. Esta vez no soy capaz de derramar una lágrima cuando me miro en ese mismo espejo porque ya no tengo nada por lo que llorar. Para qué, para quién, me pregunto en bucle como si la respuesta estuviera soldada en algún bar.

No me pondré excusas más que mi propio tiempo y mi anulada fuerza de voluntad debido a esta vida que últimamente me pesa tanto y me arrastra entre horas de avión y carretera. Al menos tengo la certeza de que mis problemas recorren la tierra conmigo, que avanzan conmigo, que no desaparecen aunque me vaya tan lejos que parezca que ahora soy otra. Sigo siendo yo en una ciudad diferente y solo me daré cuenta del todo cuando hayan pasado las horas suficientes para entender que tendré que volver para reconstruirme.

De los viajeros se dice que tienen una existencia fácil, que no saben qué es regresar. De eso hablé con M una vez y me preguntó: “¿Quién no tiene el valor para marcharse? ¿Quién prefiere quedarse y aguantar?”. Pero esos cobardes que vuelan solo tienen dos opciones una vez pasada la historia: volver o asaltar un avión en el que encerrar todos sus temores. De los viajeros se dice que sufren por una vuelta en la que todo ha cambiado mientras ellos esperaban encontrar la misma plaza, pagar el mismo precio por los errores y ser recibidos con aplausos ante su valor. El problema es que se fueron con el pretexto de dejarlo todo a un destino inexistente y de repente se topan con la verdad universal: que la mentira existe, que el amor duele, que la soledad es real.

Aquella vez que hablé con M le dije con la voz quebrada que no creía que fuéramos a encontrar mejor lugar que un aeropuerto para bebernos. Aquella vez que hablé con M le confesé que jamás había conseguido nada bueno sin haber sufrido y que siempre había merecido la pena. Le revelé mi secreto con tanta honestidad que desde ese momento me convertí en un lienzo en blanco al que rasgó con todos los cuchillos de nuestro ático.

Cuando hablaba con M, no solo aquella vez, le contaba mi deseo de que nos convirtiéramos en Patti Smith y Robert Mapplethorpe en un apartamento decadente, en una habitación de hotel que no podíamos pagar, en una de sus canciones, en una de sus fotografías. Nos imaginaba pobres pero con el éxito a cuestas de saber que alguien admiraba incluso nuestra oscuridad.

De repente todas las habitaciones de hotel dejaron tener el mismo significado cuando M se fue como lo hacen todos los incapaces de mirarme: en silencio y sin excusas.

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