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'Nostrorum'

Israel Campos

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Entre los jesuitas existía la costumbre de que cuando se hacía referencia a alguna persona en una carta o documento, añadían la expresión nostrorum (de los nuestros) para aclarar que el mencionado formaba parte de la Compañía de Jesús. Es decir, en palabras del fundador, Ignacio de Loyola, compartía “nuestro modo de proceder”. No dejaba de ser una clave para identificar a aquellos que compartían una misma manera de vivir la vida religiosa, pero también recordaba un sentimiento de pertenencia a un grupo diferenciado del resto, es decir, a una casta.

Hoy este término, el de casta, ha recobrado actualidad mediática por el debate político de los últimos años. Los que no reconocen pertenecer a eso que se ha denominado “casta política”, descalifican a quienes les acusan de ello, de haber creado un corporativismo endogámico en torno a los cargos, los puestos y las representaciones.

Pero ante la muerte de alguien a quien su propio partido había empezado a “descastar” por su posible efecto contaminante, nos hemos encontrado con que al final ha surgido el argumento nostrorum: es de los nuestros. Y entonces, se rasgan las vestiduras, se alaba su figura y, cómo no, se le rinde un minuto de silencio en un Congreso que tenía entre sus costumbres no hacer este tipo de actos y del que, no olvidemos, ella nunca fue miembro. Pero… es que “era de los nuestros”.

Se olvida tan frecuentemente que el Congreso no es solo el lugar donde se reúnen los Diputados, sino, principalmente, el lugar de representación de los ciudadanos que los han elegido. Por tanto, no hay gentes mejores o peores, no hay gentes de primera o de segunda. Todos los ciudadanos somos iguales, y, si bien forma parte de la esencia del género humano sentirse conmovido por la muerte de otro congénere, es también una muestra de sensibilidad política no diferenciar entre unos y otros. Las muestras de condolencia cuando tienen un carácter institucional, deben hacerse conforme a la institución a la que se pertenece. Una senadora, en el Senado. Una exalcaldesa, en su ayuntamiento. Una mujer que pertenece (o pertenecía a un partido político), en el ámbito de su partido. Todo lo demás formaría parte de la exageración, de la desmedida y, muy posiblemente, del mensaje erróneo de que hay personas que incluso en su muerte están por encima de los demás.

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