A un testigo incómodo se le puede achuchar de mil calladas maneras. Por ejemplo, se le puede engatusar con promesas modelo Sansonite para que ponga pies en polvorosa o sea presa de un repentino ataque de amnesia. O ambas cosas a la vez. También se le puede decir, chacho, tranquilo, que retiramos el recurso a esa sentencia laboral que habíamos perdido, y tan amigos como antaño. Más expeditiva parece la fórmula de plantarle entre pecho y espalda una demanda por vulneración de la cláusula de confidencialidad del contrato (ya resuelto) del incómodo testigo, y pedirle de indemnización por tamaña vulneración la cantidad de 1.700.000 euros. Con ese susto metido en el cuerpo es muy fácil situarse en otro tipo de negociaciones, todas ellas destinadas a una especie de Operación Triunfo en la que el triunfito sólo tendría que cantar cómo es posible que llegara a manos de la juez Margarita Varona el contrato de asesoramiento que tenía hasta diciembre pasado el secretario general del PP y diputado regional Manuel Fernández.