Hubo hasta rifa, para lo cuál a cada funcionario se le entregaba a la entrada del restaurante un tarjetón en el que, además, se daban detalles del menú a degustar. Hubo discurso del anfitrión (el padrino no fue él, sino la Consejería de Economía y Hacienda, de la que es titular), y sin papeles, como corresponde a un orador tantas veces premiado por su locuacidad. Dicen testigos presenciales que llamó mucho la atención cierta falta de soltura, un posible agotamiento, como improvisando demasiado y arrastrando las palabras al final de cada frase, al más puro estilo olartiano. Pero estuvo simpático, especialmente con las funcionarias, a las que puso por las nubes por lo buenas que son, si bien generalizó para decir que los funcionarios de ese departamento son los más mejores del mundo mundial. Tuvo Mauricio hasta su toque de humildad: espera aprender de ellos, lo que significativamente viene a ser lo mismo que deseó a Román en su futuro destierro madrileño, que aprenda, que ya lo engañarán de nuevo.