El principal problema con el que se enfrenta la operación es, como sus promotores mismos reconocen, la financiación. Para eso, nada mejor que recurrir a la iniciativa privada, que está privada de contribuir, de modo generoso y casi altruista, a engrandecer la ciudad y a una parte de quienes la habitan. Pero a la iniciativa privada hay que compensarla, porque no iban a ser esas empresas las únicas obligadas a compensar en esta tierra. Así que, de entrada, se firma con ellas un convenio urbanístico que permita varias y muy sustanciosas operaciones. Si por poner un ejemplo, hubiera que dar un golpe de efecto y trasladar las oficinas municipales al dichoso istmo, nos encontraríamos con que el antiguo hotel Metropole se quedaría vacío. Y ¿qué mejor que convertirlo en edificio de viviendas de lujo en primera línea de mar y en Ciudad Jardín? ¿Y si aprovechando que le cambiamos el uso de administrativo a residencial autorizamos dos plantitas más? Es una cláusula del convenio que aseguran tener ya pactado con las dos conocidas empresas de las que tanto les hemos hablado aquí últimamente.