Soria intenta estar callado, pero la soberbia le puede. Y cada vez que se le pregunta por un tema espinoso, lejos de torear como bien pueda, se enfanga un poquito más. Debería relajarse repitiéndose en baja voz, como un mantra, que la época del Partido Popular ya pasó, pero volverá. Aunque quizá él ya no quepa en ese retorno en el que no habrá máscaras. Pasó de moda aparentar una cosa y ser otra, justo la contraria de la que se aparenta. El gran problema de Soria es que casi todos ya saben las razones por las que este hombre quiere casinos. Él no se cansa de repetir que no le interesan las salas de juego lo más mínimo, pero al tiempo y en virtud del no intervencionismo entona un lastimero “¿por qué no?” -la máscara otra vez-. Ya descubierto es seguro que no va a haber casinos, mientras esto sea una democracia más o menos moderna. La operacion era una jugada de guerrillas: ataque, botín y retirada. Alargarlo en el tiempo ha sido la ruina de este ruin proyecto.