¿Putas por voluntad propia?

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Esta semana hemos desayunado con unas imágenes deplorables de chavales en manada arengando en su colegio mayor a sus compañeras a “salir de su madriguera para ser folladas”. Dudo que a día de hoy no haya nadie que no sepa de qué imágenes hablamos. La sorpresa generalizada por semejante apología de la violación no ha dejado de crecer en las horas siguientes, ya que sus compañeras del colegio mayor femenino declaraban no sentirse ofendidas por haber sido llamadas putas, y restaban importancia a lo sucedido defendiendo a los hooligans. El comunicado de las jóvenes ha hecho aumentar aun más si cabe la estupefacción, porque claro, que unos chavales “de la élite” perpetúen la cultura de la violación era vergonzoso, pero que sus compañeras no denunciaran la situación sino todo lo contrario era ya algo ininteligible. Frente a este fenómeno de patriarcado en su doble vertiente las respuestas simplistas y acusatorias han sido por desgracia la tónica general ante lo acontecido. Y quitando excepciones como los análisis brillantes de Roy Galán o Lionel Delgado, las redes se han atestado de discursos que explican el “consentimiento” de las chicas simplemente como un encubrimiento por cuestión de clase social. “Somos ricas antes que mujeres y toca defendernos”, algo así sería el resumen: la clase antes que el género. 

Sin embargo, creo sinceramente que flaco favor nos hacemos si reducimos tantísimo el debate y no exprimimos al máximo todo lo que de paradigmático del sistema machista nos enseñan estos gritos cómplices de madrugada. El machismo y sus múltiples violencias no son un delito más de nuestro código penal, son el hilo con el que durante siglos se tejen nuestros códigos sociales, desde lo más profundo de nuestro ser: configuran rituales, codifican el deseo y condicionan nuestra forma de estar en el mundo. Lejos de ser un aderezo final a nuestra existencia, esa chaqueta que te quitas de una vez y para siempre, configuran esa piel que aprieta, oprime y que hacerla resquebrajarse necesita de muchísimo trabajo de concienciación, de voluntad y de salto al vacío. Entender el machismo como nuestra piel exige también comprender que al ser lo conocido genera certidumbre, incluso que en tanto que piel sintiente, participa en nuestros procesos de erotización. Por eso cuando se cometen delitos de índole machista, que la víctima los identifique como tal ya es un ejercicio en sí mismo de haber abierto la piel, de feminismo, de crítica al sistema. Por eso muchas mujeres no identifican que lo que hacen hombres de su entorno más cercano con ellas es una violación, y por eso muchas mujeres no consideran que viven con un maltratador a pesar de las vejaciones, y por eso educar la sexualidad para identificar la violencia es tan tan importante. 

Desde que me dedicaba a estudiar las lógicas de poder, hace ya algunos años, siempre me ha parecido imprescindible entender cómo acontecen, en las relaciones personales y sociales, los ejercicios de dominación no cómo algo bidireccional, del opresor al oprimido, sino cómo en los casos más complejos, como es en nuestro sistema patriarcal, las lógicas de dominación funcionan precisamente por ser bidireccionales. El poder del opresor reside precisamente en la connivencia acrítica del oprimido que por no saber, no se sabe ni que es víctima. El patriarcado tendría pies de barro si no fuera por esta matriz tan compleja de la opresión cultural e interiorizada que también acontecía en las sociedades esclavistas o totalitarias y que describen autores como La Boétie, Simone Weil e incluso Unamuno. 

Las chicas del colegio mayor Santa Mónica participan del mismo sistema que les ha dado el rol de cazadores a ellos y de putas a ellas. Han aprendido a erotizar bajo las mismas claves, con el mismo porno, con los mismos mensajes en casa, en la calle, en las pelis. No son ajenas a la violencia que estamos denunciando sino parte consustancial para la perpetuación de la misma. Y no entender esto es peligrosísimo porque entonces pensamos que hay consentimiento donde lo que hay es una falta de reconocimiento de la violencia. “A mi no me ofende que me llamen puta” es el sinónimo contemporáneo de “se pone un poco nervioso pero en el fondo me quiere” o “no tendría que haber llegado hasta donde llegué con él, yo provoqué que no parara”... y tantas y tantas frases que ponen el foco en una víctima que precisamente por culpa del sistema, por no saber, ni sabe que lo es. Por eso hace falta tanta educación sexual, porque abrirse la piel no es tan sencillo.