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Para 2024

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Asumamos que la Naturaleza no está dispuesta a aceptar los cambios marcados por nuestro ritmo de vida insensato. Podrán negar algunos las razones que los científicos señalan y mirar para otro lado o justificar este proceso por ser lo natural en los ciclos de la vida. Asumamos que el campo hace tiempo que no huele como olía, asumamos que el mar cada vez está más caliente y flotan los peces muertos frecuentemente en las orillas. Asumamos esta desolación, con la humildad torpe del que solo controla su mirada y trata de acomodar el paso de la razón a la memoria de otros tiempos conocidos.

Asumamos que la lluvia puntual ha dado paso a las torrenteras; asumamos que cada vez hay menos mariposas, como una metáfora firme de esa otra realidad en la que los sentimientos fabricados en las pantallas podrán ser sociales pero no revolotean haciendo estragos con sus alas suavísimas en nuestros estómagos. Todo corre al ritmo feroz de los bits, paquetes discretos de información decodificada, casi en la simultaneidad del grito o del susurro que quiere ser diseccionado. Asumamos que las ranas ya no quieren ser responsables de nuestro amor en los cuentos infantiles porque su transformación ya no se precisa para explicar las emociones, condenadas a ser memes estúpidos en los perfiles de nuestras redes sociales.

Asumamos que nos falta la paciencia antigua que daba sentido a nuestras viejas realidades, al amor lentamente macerado; ya no hay en las palabras la urgencia ni el temor de ser sarcásticamente descontextualizadas, todo está medido, procesado repetido; la imagen de uno ya no responde a un todo, pues el interés está en la parte quirúrgicamente diseñada.

Asumamos que no somos el fondo de una pantalla, el remedo de una identidad, que no se corresponde con la imagen reflejada en el espejo. Asumamos que esta disconformidad nos frustra y se traduce en la búsqueda de nuevas siglas que nos identifiquen.

Asumamos que para que ese 2024 nos apacigüe el ánimo, quedan por repensar muchas tareas que no guardan la modernidad del algoritmo que dice conocernos. 

Asumamos que somos más simples de lo que nos creemos y que el remedio puede estar en reconducir la ficción de nuestra grandeza hacia la parte torpe, pequeña, animal y reiterara de aquello que nos hermana con la memoria de otros tiempos: respirar lentamente tras esa máscara convertida en escudo protector de nuestro aliento, sonreír sin el miedo concentrando en cada poro libre de nuestro cuerpo y acariciar el mundo como el que cuida de un enfermo, pues ese todo, aliento, sonrisa y tacto, es nuestro pasaporte saludable de vida y la huella que dejaremos.

Asumamos, al cabo, que tormentas, volcanes, ciclones y demás manifestaciones desaforadas de la vida confirman la insignificancia de nuestro yo y la premura dictada para concentrarnos en la única posesión de la que disponemos: es en ese pequeño universo de nuestro cerebro donde han de mantenerse incólumes nuestros auténticos tesoros, los pensamientos nobles que reviven con mimo a todos nuestros amores, las razones de nuestras alegrías. Que sean ellos los que dicten nuestras acciones del mañana.

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