Sobre este blog

Espacio de opinión de Canarias Ahora

¡Agárrate fuerte!

Juan García Luján / Juan García Luján

0

Me acerqué a Rosa y le escuché la palabra mágica: “Agárrate”. Cuando Rosa me decía esta palabra yo la rodeaba con mis brazos y pegaba mi pecho al suyo. Era el único momento en el que sentía que el maldito accidente de tráfico sirvió para algo. Llevaba 18 días diciéndomelo cada mañana, casi un mes yendo a rehabilitación, odiando entrar en medio de la gente con mi silla de ruedas, con una sonrisa forzada que intentaba responder a los que me clavaban sus ojos compasivos. Quería replicarles a todos: aquí estoy, no pasa nada, la vida sigue, no me he rendido. Sacaba fuerzas desde el fondo de mi orgullo. Pero eran fuerzas falsas. Era una mera interpretación teatral de un actor que no quería representar ningún papel en aquel escenario de accidentados.

Por eso cuando me abrazaba a Rosa, sentía que no representaba ningún papel. Pegaba mi pecho al suyo con ganas. Me olvidaba del público. Quería que se retrasara el momento en el que me debía soltar y dejar caer mi cuerpo en la camilla. Deseaba seguir abrazándola, que la camilla se convirtiera en cama y que su cuerpo cayera sobre el mío. Deseaba que la silla de ruedas se transformara en un sofá sobre el que tiraría mi ropa.

Ella me decía “agárrate fuerte” mientras pasaba sus brazos por mi espalda. Yo sonreía de verdad y cerraba los ojos. Afortunadamente ella no podía ver mi cara de felicidad. Se me olvidaban todos los dolores. Se caían al suelo las miradas compasivas, las autocompasiones, el sentimiento de derrota.

Luego comenzaba el masaje de mi pierta derecha. Echaba la crema por los tobillos, por los muslos. Apretaba su pecho contra mi rodilla. Mi pie se flexionaba. Me hablaba de las cosas más sencillas, por supuesto que a ella no le interesaban las noticias sobre la caída de la bolsa. Ese día me comentó: “¿te enteraste del jubilado que se sacó la lotería? Era de este barrio. Ojala me hubiera tocado a mí”. Yo le sonreía. En ese momento si era una sonrisa falsa. Pensaba: “si te toca la lotería no me dejarás que te abrace. No me dirás ”agárrate“. Si te toca la lotería el accidente de tráfico me matará un mes después del choque”. Habían sido 3 semanas intensas. Después de la última operación comencé la rehabilitación. Apenas llevaba dos días en silla de ruedas. Rosa fue una de las primeras que me vio al llegar al centro. El primer día no hubo masaje. Sólo me escuchó. Le expliqué dónde estaban mis dolores. Le conté lo que no podía hacer con mi cuerpo. Desde que tuve el accidente, los ojos de Rosa fueron los primeros que me miraron sin compasión. Fue la primera persona que me escuchó sin pensar lo mal que estaba yo, quizá fue la primera que me hizo pensar que lamerse las heridas sólo sirve para reavivar el dolor.

Por eso después de tres semanas, aquel martes era el segundo día en el que sentí hormigas dentro de mi barriga cuando Rosa me dijo “agárrate fuerte”. Fue un abrazo cálido. Sentí ganas de gritarle: “no me sueltes”. Pero no quería parecer débil. Me dejé caer con resignación en la camilla. Rosa apartó la silla de ruedas y elevó la tabla. Se sentó y sonrió mientras llenaba sus manos de crema.

Quizá el amor es eso. Un momento en la vida en el que sientes que el mayor golpe no te ha derrotado. Un instante en el que pegas tu pecho a alguien y no quieres saber nada del resto del mundo. Quizá el amor es que te digan “agárrate fuerte” y tú te entregues como la adolescente que siente fuego en su pecho cuando cae su sujetador.

No sé lo que sintió el jubilado del barrio cuando se enteró de que le había tocado la lotería. Tampoco sé lo que Rosa hubiera hecho si hubiera tenido ese golpe de fortuna.

No le pregunté por si acaso. Pero a lo mejor el jubilado había sido un peón que se había destrozado la espalda trabajando para un jefe que ya era millonario, un jefe que a lo mejor había invertido en bolsa y estaba perdiendo los millones que el jubilado ganaba en la loteria. En el sistema capitalista los momentos de justicia dependen del bombo de la suerte. A lo mejor el jubilado estaba sonriendo soñando lo que iba a hacer con tanto dinero. A lo mejor el jubilado del barrio estaba cobrando los millones en el mismo momento en el que Rosa me decía “agárrate fuerte”. Yo sólo veía la sonrisa de Rosa contándome la noticia, y pensaba que no me quería cambiar por el jubilado. Aunque el viejo del barrio no fuese en silla de ruedas.

Juan García Luján

Sobre este blog

Espacio de opinión de Canarias Ahora

Etiquetas
stats