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La apuesta de Carlos Sosa

José A. Alemán / José A. Alemán

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Ahora le toca a Carlos Sosa. La razón no es esta vez La Caja, que también, sino haberle pisado los callos a individuos poderosos que cuentan, hasta que los vientos soplen en otra dirección, con el favor de García y de su periódico. La consigna de García es destruir a Sosa a como dé lugar pero como hasta eso requiere talento, han recurrido los ejecutores a una visceralidad que obvia algo que repiten hasta la saciedad: dicen que aquí nos conocemos todos y es cierto; tanto como que entre los más conocidos figura García; y no para bien, precisamente. Fue un error dialéctico facilitar de ese modo la vuelta de la oración por pasiva.

Han olvidado, además, que en periodismo valen poco los juicios de intenciones, la interpretación malévola de trayectorias profesionales y los recordatorios infames de falsos antecedentes familiares y personales. El afán de García y de los intérpretes de su soberana voluntad de herir al atacado en lo profundo, que es su sello como bien saben quienes lo han sufrido, sustituye al debate de las razones, de los hechos y los datos.

García no es periodista e ignora que en el gremio debe llevarse algún tipo de coraza; sobre todo los que no se agachan y saben que la batalla con esta gente sólo está perdida si se dejan intimidar, pues la única manera de salir adelante es llegar sin miedo adónde haga falta y que los ciudadanos conozcan bien las cabras que guardan, entiendan la razón de que ocurran ciertas cosas y no los llamen a engaño.

No es mi intención participar en la actual refriega, pero tampoco puedo callarme sabiendo que García ha decretado la muerte civil y profesional de Carlos Sosa en su interesada defensa de sujetos dudosos de los que espera algo. Viene bien, para que nos entendamos, el cuento de aquel que un día tuvo una pelea y los amigos lo disculparon porque eso le puede ocurrir a cualquiera. Poco después tiene una segunda que atribuyeron a la mala suerte de verse en trance parecido. Hasta que se produjo la tercera que convenció a los amigos de que el pendenciero era él. Ustedes dirán.

Con García, Canarias7 la tuvo durante tiempo con don Olarte, como les dije; también con La Provincia y ahora con Carlos Sosa; por mencionar sólo las ventoleras más conocidas, pues hay otras que dejo a la memoria de los lectores y doloridos. Si quieren, atribuyan ustedes la actual reyerta a “cosas de periódicos”; pero no dejen de preguntarse por qué aparecen García y Canarias7 de fijo en todas las trifulcas. Por algo será.

García lleva años enrareciendo la vida periodística y presenta a través de sus colaboradores la opción de Carlos Sosa como fracaso profesional. No le importa que opere con datos en la mano para desenmascarar a más de uno del turno de sus protegidos. Alguien debe explicar que la senda elegida por Sosa estaba abocada a chocar, tarde o temprano, con las formas de poder que promueve y ejerce García desde su periódico. Quienes más o menos participamos de esa idea de la profesión no sabemos en qué consiste el fracaso de Carlos Sosa después de sacar a relucir feos asuntos de los que no hubiéramos sabido, o hubiéramos sabido menos, sin él. No parece un fracaso; salvo que hablen de dinero por publicidad y otros conceptos; o de disposición a mostrar complacencia con los gobernantes y recibir en agradecimiento licencias de TV y radio. Por no hablar de ciertas gabelas.

Me interesa de momento subrayar que García aún no se ha enterado de que los años 80 y 90 han pasado y ya son muchos los que no le tienen miedo, porque más mal que bien, lentamente, con acelerones puntuales y no pocos retrocesos, la cultura política en democracia gana terreno y es en esa casilla de futuro donde Carlos Sosa depositó una apuesta de la que el premio no es en dinero.

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