Hace apenas doce años que nuestro Archipiélago asumió las competencias sanitarias, proceso que tuve el honor de dirigir con la creación del Servicio Canario de Salud (SCS). Fue, sin duda, un momento de inflexión para la sanidad canaria, que permitió un extraordinario crecimiento en infraestructuras en todos los territorios, tanto en centros de salud como en hospitales, así como en recursos humanos, capitalizando un sistema que el poder central había abandonado secularmente. Esto nos permitió situarnos en la media estatal en la atención que reciben los ciudadanos y las ciudadanas, partiendo de una situación de enorme retraso.Sé que al hablar de sanidad lo estamos haciendo de un servicio complejo, dinámico y con dificultades para su gestión en cualquier lugar del mundo. Un servicio que siempre plantea nuevas exigencias, sometido a los rápidos cambios tecnológicos y al mayor consumo de recursos conforme se incrementa la esperanza de vida, producto de nuestro mayor nivel de desarrollo. Y un servicio, también, que puede ser regular, bien o mal gestionado.Si analizamos las condiciones globales de la sanidad canaria, podemos señalar que dispone de adecuadas infraestructuras (con algunas disfunciones en algunas islas, las que han crecido más en población en el último período), de buenos profesionales en los diversos niveles asistenciales y del mayor volumen presupuestario de su historia. Es cierto que hay problemas, como la falta de profesionales en el sector, que vienen de lejos, y que son comunes al conjunto del sistema sanitario español. En los años ochenta, formando parte de la dirección del colectivo de médicos en desempleo a nivel estatal, fuimos muy críticos con las decisiones adoptadas en materia de formación por parte de los distintos gobiernos del PSOE, que con sus restricciones apuntaban erróneamente a un futuro en que sobrarían los médicos en España. Fruto de aquella disparatada planificación hoy nos vemos obligados a importarlos de América Latina o de Europa del Este. Hay que ser conscientes de que para formar a un médico se necesitan diez años y aunque hoy se tomaran decisiones, como la eliminación del numerus clausus, sus efectos no se verían hasta dentro de más de una década.Pero no son estos los únicos problemas que afectan a la sanidad canaria. Asistimos a otras circunstancias preocupantes, como la inestabilidad de los equipos directivos o la negativa de los profesionales a asumir funciones directivas en los centros de salud. Circunstancias que apuntan a la falta de liderazgo en la Consejería y a su incapacidad para sumar al personal sanitario a un proyecto que ilusione y del que se sientan auténticos protagonistas. A lo que se añade el fracaso del Pacto Social por la Sanidad Canaria, promovido por el Gobierno, y que ha sido percibido como una forma burda de eludir la incapacidad de gestión, tratando de trasladar la responsabilidad a la sociedad, quedando al fin y a la postre en una mera campaña de imagen que se ha ido diluyendo hasta desvanecerse por completo. Y, también, su absoluta incapacidad para sacar adelante el segundo Plan de Salud de Canarias. Además, la política de desequilibrios también ha afectado a sanidad, tanto en gastos corrientes como en inversiones, con los interminables retrasos para poner en marcha el Hospital Militar, la segunda fase del Hospital Insular -que aún no han sido capaces de concluir y poner en funcionamiento-, así como el retraso en el plan director del Materno Infantil. Asimismo, los avances comprometidos en salud mental han quedado completamente paralizados.Ante los problemas del sector, la administración canaria, la Consejería de Sanidad y el conjunto del Gobierno, se escudan en el crecimiento demográfico experimentado como causante de los déficits y disfunciones del sistema. Responden obedientemente al lema de CC para la campaña electoral: responsabilizar de todo lo negativo a la inmigración y al aumento poblacional, peligrosa dinámica que alimenta fácilmente la xenofobia y el racismo; al mismo tiempo que, paradójicamente, el Ejecutivo canario reitera su apoyo al actual e insostenible modelo de desarrollo económico, el mismo que nos lleva imperiosamente a importar mano de obra para la construcción y los servicios.Lo del impacto demográfico es, como mucho, una verdad a medias. Hay islas, como Fuerteventura y Lanzarote, que han aumentado su población de forma espectacular, y ello tiene sus consecuencias. Pero, ¿cómo se explica que en La Palma, con un crecimiento poblacional que no supera el 1% en el último quinquenio, prácticamente un estancamiento poblacional, la sanidad sea percibida como uno de los mayores problemas por sus ciudadanos? No sólo hay aumento poblacional y sus efectos, hay también, y principalmente, disminución del liderazgo y de la buena gestión de la Consejería, incapacidad para estimular a los profesionales y falta de comunicación con la sociedad. Elementos todos que ayudan a configurar la actual crisis.Desde Nueva Canarias estamos convencidos de que esta grave crisis puede ser reconducida. Contamos, afortunadamente, con buenos mimbres: una red asistencial moderna, unos profesionales preparados y unos recursos suficientes, aunque siempre mejorables. Falta, sin embargo, la imprescindible dirección, en el camino, como decíamos en nuestro primer congreso, de colocar el derecho a la salud como una prioridad de la acción del Gobierno y exigir que la política sanitaria abandone el papel secundario que hoy se le atribuye priorizando otras políticas de dudoso interés general.*Diputado y presidente de Nueva Canarias Román Rodríguez*