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Conventos, monasterios y abadías como centros de acogida de inmigrantes por José Vicente Cobo

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La tragedia de la inmigración proveniente del continente africano ha llegado a convertirse para nosotros en algo tan habitual que rara vez nos sorprenden las noticias que a diario saturan los informativos españoles. Tampoco recapacitamos sobre el incierto y penoso destino que espera a los inmigrantes una vez pisado suelo europeo, los cuales salvo raras excepciones, podrán alcanzar el sueño de una vida mejor.

Esta realidad cotidiana y dolorosa es una tragedia humana que seguirá en aumento si los pronósticos de crecimiento de hambre en el mundo, problemas derivados del cambio climático y enfermedades que los expertos pronostican para África se cumplen. Grandes desplazamientos de personas están anunciados. Mientras tanto muchas familias confían en la llegada a Europa de sus jóvenes como la única salida.

Las mafias organizadas aprovechan los sueños de muchos para desvalijarles los bolsillos con los pocos ahorros que la familia invirtió en este prometedor viaje. Mientras tanto África sigue creciendo, millones de niños nacen cada año y millones enferman y mueren de SIDA ante la negativa eclesiástica de permitir la utilización del preservativo, algo que podría frenar una oleada de nacimientos, muertes, hambre, dolor y sueños rotos. Uno podría suponer entonces que su iglesia, la que les permite nacer, luego se hará responsable por el futuro de cada niño. Pero no, todos sabemos que esto no es así, nada más lejos de la realidad, pues lo poco que la iglesia envía a África sale de los bolsillos de los feligreses y no de los fondos del Vaticano a pesar de que Benedicto XVI ha hablado del valor de compartir y de la importancia de no atarse a las riquezas terrenales. Palabras pías de un discurso ya olvidado que no ha traído ningún cambio.

No hay duda que la triste situación de África no va a mejorar con cargo a la riqueza del Vaticano, sin embargo que buena alternativa podría ser para la Iglesia ayudar a los muchos que llegan a España desesperadamente antes de que terminen malviviendo en míseros suburbios, pidiendo en las calles o explotados por agricultores sin escrúpulos. ¡Al fin y al cabo pueden seguir reproduciéndose sin control alguno!. Pero la Iglesia una vez más vuelve a mirar para otro lado. Entonces el Estado tiene que hacer frente al elevadísimo coste económico que supone acoger a estas personas.

Conventos, monasterios, abadías, obispados, parroquias y catedrales podrían servir de centros de acogidas de inmigrantes, quizás el colectivo más necesitado de todos los que viven en Europa hoy día. Esta sería una grandísima obra de caridad que les serviría para dar vida a las palabras de Jesús quien dijo: “Lo que hagáis a la más pequeña de mis criaturas, eso me hacéis a mí” o “dad de comer al hambriento, visitad al enfermo y vestid al desnudo”.

Aconsejar desde cómodos y ricos salones donde se sirven suculentos manjares precisamente a quienes mueren literalmente de hambre o enfermedad, es una malintencionada ironía o una irresponsabilidad no meditada. ¡El consejo que das es tu responsabilidad, máxime si tú, el que aconseja, tienes en tu mano la solución del problema!

José Vicente Cobo

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