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El debate

José Miguel González Hernández

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Normalmente, cuando en un debate no es posible encontrar una solución, se buscan culpables. De hecho, se hace todo lo posible por indagar cómo eliminar las consecuencias de los que nos afecta en lugar de posicionarnos hasta encontrar su origen. A partir de ese momento, con la sospecha que el universo entero está en constante conspiración, hay que irse al idioma del reproche y de la acusación constante. Y ¿por qué? Porque es el camino más fácil al no tener que disponer de dosis de esfuerzo para llegar a aclaraciones y consensos, revelando falta de responsabilidad y compromiso, asumiendo que se está desplegando un mecanismo de defensa con enfoques inmaduros sin contraste a la vez que se apuesta por una minimización del sufrimiento, convirtiéndonos en seres que elevan la incomodidad y la contradicción.

Otra de las características de los debates a resaltar es la recurrencia, la conversación circular, de forma que se entra y ya no se sabe cómo ni cuándo se sale. Y si se sale, se hace sin ningún tipo de solución y desenlace. Simplemente se aparca hasta nueva orden y prácticamente se retoma, con suerte, en el mismo punto donde se dejó, porque es usual que se vuelva a la casilla inicial. En este sentido, entrar en bucle, asumiendo que es inútil y te lleva a abandonar la realidad, no nos permite distanciarnos de los planteamientos con los que hemos crecido, imposibilitando que se pueda reconocer una realidad alternativa.

Uno de los debates que cumple con estos dos parámetros es el de la dinámica poblacional. Se habla de capacidad de carga, de presión sobre el medio o de polarización de situaciones que pueden poner el riesgo los equilibrios existentes. Aclarando y reconociendo que se trata de conceptos indefinidos de forma general porque cada realidad es un mundo, la evolución demográfica mundial tiene varias aristas. Por ejemplo, en los países desarrollados, las tasas de natalidad caen en picado mientras la esperanza de vida crece e invierte la pirámide demográfica. Por otro lado, en los países en vías de desarrollo, la población aumenta de forma constante, pero también crece la inestabilidad creando un contexto propicio a las migraciones y todo eso teniendo en cuenta que, en la actualidad el crecimiento de la población mundial se sitúa en el nivel más bajo desde 1950. Es decir, asistimos a la polarización de las situaciones y todo, ya sea por exceso o por defecto, ocasiona problemas.

En Canarias sucede algo similar. Aparece el debate recurrente sobre el incremento poblacional desde varias perspectivas. Por un lado, porque se presiona sobre la correcta dotación de bienes y servicios públicos, asignatura resuelta si dicho incremento poblacional contribuye a su sostenimiento. Por otro lado, teniendo en cuenta que el saldo migratorio en el Archipiélago procede de la evolución de la inmigración, no tanto de nuestra natalidad, se compite por los puestos de trabajo. Esta otra cuestión también podría quedar resuelta si nuestra población activa estuviera lo suficientemente preparada para evitar despreciar vacantes laborales a la vez que se ofrecieran condiciones de trabajo dignas y decentes, en términos de la Organización Internacional del Trabajo acordes a nuestra situación competitiva, teniendo claro que, si una unidad de negocio necesita la esclavitud como forma de medio de producción, es que está fuera del mercado y, por lo tanto, hay que expulsarla. De esta forma, evitemos buscar culpabilidades ajenas y resolvamos nuestros propios problemas.

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