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La degradación parlamentaria

José A. Alemán / José A. Alemán

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Es evidente la pérdida de las formas y la malcriadez de algunas de sus señorías que hasta se pasan por el forro la autoridad de una presidencia parlamentaria impotente. Pero, para mí, tanto el ruido como el poquito caso que se le hace son la manifestación del problema, no el problema en sí.

La cámara se ha degradado y ha ido perdiendo representatividad hasta llegar a algo muy parecido al bloqueo: ni para alante ni para atrás.

Hay quienes se preguntan para qué sirve el Parlamento sin que, en buena ley, se les pueda replicar que es el depositario de la voluntad ciudadana, a la que representa y expresa: la pieza clave de la democracia, en fin. Pura teoría porque lo cierto es que el Parlamento ha ignorado iniciativas populares y no lo prestigiaron, precisamente, las comisiones de investigación que cerraron la legislatura anterior y sólo sirvieron para que muchos adelantáramos, antes incluso de que se convocaran las elecciones, que gobernaría CC-PP. Sin mérito alguno porque era todo muy previsible.

Por otro lado, pero sin salir de lo mismo, miles de votos fueron a la basura y la cámara quedó reducida a tres partidos, dos formando gobierno y el tercero en una oposición sin norte ni sentido. El grado de bloqueo lo marca el hecho de que las cosas no serían distintas de haber entrado los psocialistas en el pacto de Gobierno. No puede presumir el PSC de tener las cosas más claras que sus antagonistas.

Para mí, el Parlamento refleja que el sistema autonómico, esta autonomía en concreto, no funciona. La reforma electoral aliviaría algo, pero nada más porque el problema radica en que el modelo autonómico no se corresponde a la realidad física del archipiélago ni a la incidencia de la fragmentación geográfica en las distintas mentalidades isleñas, como bien saben los psicólogos sociales. El Estatuto reprodujo con otra nomenclatura el esquema de la Provincia única, lo que equivalió a soltar los bardinos; en esto, ya ven, sí resultan representativas las dentelladas entre diputados; sólo que los bardinos son más racionales en su ataque y defensa.

No basta reformar el Estatuto: hay que hacer uno nuevo. Y distinto.

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