Soria describe esa forma de hacer política como un alud de órdenes arbitrarias de López Aguilar para que fiscales y jueces procedan contra el PP. Y en ésas se ha mantenido, incluso tras levantarse secretos sumariales y ser de público conocimiento, en el caso de Las Teresitas, el escrito de imputaciones en vía penal y la contundente sentencia del Supremo que anuló la compraventa en la administrativa. Aún así, como digo, mantiene el macho la tesis de una persecución político-judicial al PP, extendida a su socio in pectore. Una temeridad, porque, una vez sabido lo de Telde y Las Teresitas, cabe deducir de la contumacia soriana que para él lo adecuado hubiera sido dejar a los imputados, pobrecitos míos, seguir desarrollando sus experiencias políticas; experiencias enriquecedoras, como dice Soria que ha sido la suya dando cancha al sarcasmo, enfermedad infantil de la ironía. Yo estoy seguro de que López Aguilar no ha estado detrás de fiscales y jueces. Pero supongamos que sí para hacer la pregunta del millón: ¿Qué es más reprobable, la supuesta actuación del ex ministro de Justicia, que lo sería de darse el caso, o las golfadas que se han destapado y su persecución? Ustedes dirán. A la sentencia de Las Teresitas se le quitó importancia. Meros errores administrativos subsanables, oye. Debieron leer un fallo distinto del que estaba en Internet. Después supimos que los pelotazos aseguran mayorías absolutas; lo que resulta aleccionador. Y Zerolo anunció un imposible recurso contra la sentencia de cuya existencia dijo dudar. Agüita con esos nervios. Son reacciones sólo explicables por el desconcierto que les ha provocado la creciente quiebra de la impunidad caciquil en la que se malcríaron; no supieron enderezarlos y a ver quién les dice ahora niño, caca, eso no se hace. Sin olvidar la necesidad de empastelar y sembrar confusión para no perder el voto de los menos avisados y atentos y poder continuar con la experiencia enriquecedora; y borrar las huellas, que esa es otra y no la menor.