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Los “empasteladotes”º

José A. Alemán / José A. Alemán

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Lo repetiré como afirmación previa: la Provincia es centralista por definición y pone en manos de los políticos y de los intereses económicos cercanos a las autoridades provinciales el manejo de los presupuestos y la toma de decisiones; con desventaja cuando no en perjuicio de quienes viven lejos del centro. Esa es la raíz del pleito insular. La oligarquía tinerfeña consiguió la capitalidad provincial y sus resultas y batalló por conservarla; la grancanaria se la disputó primero, para orientarse luego hacia la creación de una segunda Provincia, lo que logró en 1927; ya con el apoyo de las clases medias y populares que llegaron a hartarse de los manejos de los mandarines provinciales.

La División fue necesaria en su momento, aunque no la solución del conflicto, ya por entonces más que secular. Ni siquiera fue un paso adelante: realmente vino a poner de manifiesto la incapacidad de la clase dirigente para organizar el archipiélago. La ley de Cabildos de 1912 mostró un buen camino que no se quiso seguir y no conocemos otro. La División aplazó el problema administrativo territorial, permitió a las tres islas orientales un crecimiento imposible con la Provincia única y sus “torpederas”, pero mantuvo aherrojadas a Lanzarote y Fuerteventura, que sólo cambiaron un centralismo provincial por otro: la institución provincial, raíz del problema, continuó duplicada a partir de 1927. La División demoró, el abordamiento de la cuestión de fondo, que la autonomía ha vuelto a sacar a la superficie.

Las nuevas vestiduras autonómicas no han impedido ver al Gobierno canario transpirar el centralismo de la Provincia, con tendencia a satisfacer a los añorantes de la Provincia única, con capital en Santa Cruz, que piden su vuelta a título de reparación de la “afrenta” de 1927. Los mismos perros con distintos collares. El fracaso de esta autonomía arranca de ahí: el espíritu provinciano y centralizador le impide desarrollarse y profundizar al evitar que cada isla se autogobierne. La conversión de los cabildos en meros delegados del Gobierno indica el deseo de bloquear los autogobiernos insulares privando a los cabildos de autonomía financiera para dejarlos a merced de los intereses que controlen el Ejecutivo. El cabildo que se mueva no sale en la foto; y el de Gran Canaria aunque se esté quietecito.

Es mucha la gente que así lo percibe, a despecho de empasteladores. Con mala fe por parte del ático habitual que tergiversó mi referencia a que los dos únicos antecedentes históricos de gobierno con potestad sobre todas las islas fueron los capitanes generales y la ya mentada Provincia única. No me molestaré en replicar, para qué; sólo haré unas preguntas para que el lector sepa: ¿Acaso no es cierto que el ámbito territorial del Gobierno canario es el mismo en el que mandaron los capitanes generales y las autoridades provinciales antes de la División de 1927? ¿Es que no son estos tres los únicos casos de gobierno regional (si no tomamos en consideración el obispado, claro)? Al tratar, como digo, de empastelarlo todo, ¿no se convierte en vocero de intereses políticos y económicos a los que inquietan unas autonomías insulares que gobiernen en cada isla sin injerencias de un Ejecutivo centralizador con vocación provinciana? En esta perspectiva, ¿será la línea editorial de El Día y su odio feroz a Gran Canaria producto sólo del barrenillo de su editor, del que participa aún negándolo, el ático habitual a la vista de sus escritos? ¿Alguien cree, de verdad, que es el editor de este periódico el único inspirador de esa línea? ¿No obedecerá la campaña sistemática y diaria contra Gran Canaria del periódico al deseo de debilitar sus bases económicas, dentro de la estrategia de anular a la única isla que puede resistírseles?

Creo que el ático habitual, al que no conozco ni quiero conocer, respira por ahí. Ha perdido incluso la habilidad de disimularlo. Piensen y si encuentran algo mejor, díganlo.

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