Como siempre, profesores y Gobierno, con sus típicas muletillas que repiten sin parar y sin cambiar el manido discurso a pesar de la evidencia de los pésimos resultados obtenidos, según los evaluadores externos. Los docentes denuncian falta de medios y el Gobierno subraya el incremento de inversión y de plantillas. La pregunta inmediata, que nadie suele responder, es que si hay más dinero para gastar y menos alumnos ¿cómo es que hay menos medios? ¿en qué se invierte entonces? Como entre políticos y politizados anda el juego, unos y otros, cabe maliciarse que sea cierto que se gasten realmente más fondos, y que los ciudadanos puedan pensar que no se invierte en lo que se debía, de lo cual se deduce que se despilfarra el dinero público. En estos asuntos no cabe la presunción de inocencia, dice el refrán que gato escaldado de agua fría huye, es necesaria la demostración y la justificación hasta el último euro gastado. Es lo lógico y es lo democrático, es desconfianza y es prevención. Otra cosa sería displicencia e irresponsabilidad temeraria.A mi entender, en el colmo de la manipulación, asisten a esa reunión dos jóvenes estudiantes de 2º de BUP, que si no han repetido deben andar en torno a los 16 años, para que expresen libremente su docta opinión sobre estos graves problemas que afectan a su futuro. Dictaminan que la metodología docente basada en libros de texto les resulta “anticuada y aburrida”, que las nuevas tecnologías deben sustituir a “memorizar” y que es nefasto el interés de los profesores en que “estudien para aprobar la PAU”. Y no podía faltar otro eslogan inevitable cuando se quiere institucionalizar la incompetencia: que los jóvenes profesores se “implican más”. No explican en qué, y es de suponer que no desean utilizar la acepción de culpabilidad que tiene esa palabra, aunque ya se intuye que lo que reclaman es más colegueo y menos exigencia en la educación y en la instrucción. Eso sin olvidar que la LOGSE y su heredera LOE consagran el constructivismo, tal vez la raíz de casi todos los males del sistema, y que ese es contrario a la memorización y a la enseñanza, predicando que los estudiantes deben descubrir las cosas por sí mismos, que los profesores no deben jamás instruir sino educar, cosa que, por cierto, siempre fue tarea de las familias salvo en los regímenes comunistas y fascistas donde se encomendó al estado formar un “hombre nuevo”. De esta forma estos dos jóvenes y expertos pedagogos lanzan, sin sospecharlo siquiera, un misil en la línea de flotación del profesorado de la secta pedagógica, que por estar dotada de doble casco, el daño que presuntamente podrían infligir los estudiantes es imperceptible.La incorporación de alumnos a este tipo de reuniones obedece, según mi entender, a una confusión muy generalizada. La escuela es un lugar donde se deben enseñar e inculcar los valores democráticos para vivir en sociedad. Pero, al igual que el Ejército, no es un ámbito democrático, el principio de autoridad y disciplina debe prevalecer para conseguir los fines que la sociedad democrática les ha encomendado. No todo el mundo, aunque teórica o legalmente pudiera, está capacitado intelectualmente para opinar de cualquier cosa. No es razonable pensar que puedan decidir sobre los planes de estudio y los fines de la educación alumnos en proceso de formación, que por razones obvias de edad y conocimientos carecen de la necesaria perspectiva sobre la vida social real y mucho menos de la profesional. Cabe también destacar los casi siempre grandes ausentes en estos encuentros: los padres. No se les invita a esa reunión que se comenta, tal vez, para evitar voces discordantes ante el discurso preelectoral de que la educación está mejor que nunca gracias a los aciertos del actual Gobierno de Canarias, que no obstante parece cosechar la rara unanimidad de ser el peor de toda la historia. Es difícil convencer a los ciudadanos comunes y corrientes de que el nivel de conocimiento general de los jóvenes no ha descendido con respecto al de sus padres, al menos en lo que antes se llamaba clase media y que los estudios no están hoy sirviendo de mecanismo de promoción económica y social entre las clases más desfavorecidas. Pero la realidad no impide los discursos gloriosos. La educación ha muerto, ¡viva la educación! José Fco. Fernández Belda