Espacio de opinión de Canarias Ahora
La geopolítica-ficción del Pentágono
La caótica situación que impera en la mayoría de los países islámicos constituye actualmente un innegable peligro para la estabilidad política global y el desarrollo armonioso de las relaciones Norte-Sur. Ni que decir tiene que en las circunstancias actuales el ambicioso proyecto estadounidense de crear un Gran Oriente Medio moderno y democrático está condenado al fracaso. Más aún: la presencia militar de Occidente en tierras de Islam es y será, inevitablemente, un elemento de fricción, de conflicto entre civilizaciones. No hay que extrañarse, pues, al comprobar que los síntomas de cansancio y rechazo de la guerra, registrados en el seno de la opinión pública norteamericana, encuentran últimamente su debido eco en la nueva mayoría parlamentaria de Washington. Sin embargo, mientras la clase política y los medios de comunicación transatlánticos abogan en pro de la retirada de las tropas destacadas a Irak y Afganistán, los expertos del Pentágono tratan de mantener viva la llama del intervencionismo armado. No se trata sólo de palabras en el aire; los militares se dedican a elaborar nuevas doctrinas o rediseñar a su manera el mapa del mundo musulmán, tratando de borrar las ensangrentadas fronteras establecidas a comienzos del siglo XX por las Cancillerías de los dos grandes imperios coloniales: Francia y el Reino Unido. Uno de los ideólogos de este Nuevo Oriente Medio es Ralph Peters, autor del libro No abandones nunca el combate publicado en los EEUU a mediados de 2006. En un ensayo reproducido por el Diario de las Fuerzas Armadas (Armed Froces Journal), el estratega norteamericano propone un nuevo reparto étnico de la región, que supondría nada menos que el desmembramiento de los Estados del Cercano Oriente y la Península Arábiga. Su criterio: renunciar a las divisiones políticas artificiales ideadas en su memento por los europeos, potenciando la creación de países capaces de acoger grupos étnicos o religiosos más coherentes. Peters recomienda la división del actual Reino wahabita en tres regiones: el Sacro Estado Islámico, alrededor de las ciudades de Meca y Medina, integrado por musulmanes sunitas, el Estado Árabe Chiíta, en la región de los yacimientos petrolíferos del Golfo Pérsico y los Territorios Independientes saudíes, en las inmediaciones de Riad, que se convertirían en feudo de la dinastía saudita. Asimismo, sugiere la anexión de las provincias sunitas de Irak a Siria, que a su vez perdería el acceso al Mediterráneo, controlado por el Gran Líbano o, mejor dicho, por la Nueva Fenicia. Las provincias kurdas de Irak, Siria, Turquía e Irán formarían el Estado Kurdo Independiente, un país pro-occidental cuyos gobernantes se comprometerían a gestionar dócilmente un inmenso océano de yacimientos subterráneos de oro negro. Irán perdería parte de su territorio destinado a la creación del Estado Kurdo, el Estado Árabe chiíta y el Baluchistán Independiente, pero recibiría a cambio las provincias occidentales de Afganistán, cuyos habitantes comparten el idioma y la cultura de los persas. A su vez, los afganos podrían adjudicarse parte de las regiones fronterizas de Pakistán, país que debería renunciar, además, a las tierras destinadas al Baluchistán Independiente. Los Emiratos Árabes Unidos perderían la soberanía, integrándose en el Estado Árabe Chiíta. Los únicos supervivientes de esta operación etno-estética serían, según Peters, los principados de Kuwait y Omán, actuales plataformas de las tropas estadounidenses en la región. Finalmente, conviene señalar que el estratega norteamericano no disimula su preocupación por los aspectos clave de la problemática actual de Oriente Medio: la necesidad de garantizar el acceso de Occidente (léase, Estados Unidos) a los recursos energéticos de la zona y la guerra global contra el terrorismo islámico. Y confiesa que, a la hora de la verdad, el nuevo reparto territorial serviría también para limitar el número de víctimas occidentales. Sólo cabe preguntarse si el precio que han de pagar los estados de la región no es demasiado elevado. Y si el Imperio de la democracia no cae en la tentación del satanizado, aunque socorrido neo-colonialismo.* Escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París) Adrián Mac Liman*
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