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Giro a la izquierda en la Casa Blanca

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Afirmaba hace unos meses en un artículo que la derrota de Donald Trump en las elecciones estadounidenses suponía una buena noticia para las personas demócratas de todo el mundo, al margen de las incógnitas que se mantuvieran sobre su sucesor en el cargo, Joe Biden, representante del ala centrista y liberal del Partido Demócrata, muy alejada de los postulados socialistas de Bernie Sanders. Destacando que era “la derrota del populismo de extrema derecha, en el que se mezclan machismo, racismo, xenofobia, desprecio hacia los emigrantes y ninguneo de la Crisis Climática”. De quien apoyó de forma entusiasta al Brexit y mantuvo un distanciamiento, cuando no una abierta hostilidad, hacia la Unión Europea. Y, asimismo, la derrota de quien en primera instancia minusvaloró la pandemia de la Covid 19 y posteriormente realizó disparatadas propuestas para curar la enfermedad.

Cien días después de la llegada de Biden a la Casa Blanca comienzan a observarse cambios significativos en las políticas de Estados Unidos que suponen una enmienda a la totalidad a las líneas centrales del anterior mandato. Desde la ruptura con el negacionismo trumpista respecto a la Crisis Climática y el consiguiente regreso de Estados Unidos al Acuerdo de París hasta un convencido despliegue de la lucha contra la pandemia, con más de 220 millones de vacunas administradas desde su llegada a la Presidencia; y frenando, también, el proceso que inició Trump para abandonar la Organización Mundial de la Salud (OMS). Y destacando, especialmente, por la apuesta decidida en torno al papel del Estado, del sector público, en la sociedad y en la economía.

Es cierto que lo sucedido en el mundo en el último año ha estado condicionado por la crisis sanitaria, económica y social causada por la Covid 19. Desnudando la debilidad de los estados y mostrando con crudeza a dónde nos llevaron las políticas de austeridad aplicadas en la anterior crisis financiera. Sus carencias sanitarias o educativas. Sus bolsas de pobreza, ahora incrementadas de forma notable. Sus respuestas insuficientes en el cuidado de las personas mayores. Sus profundas desigualdades. El neoliberalismo situado frente a su espejo.

Y también es cierto que la reacción frente al panorama actual, marcado por las restricciones a la movilidad y la paralización de parte de la actividad económica, ha sido mucho más justa que la que se produjo frente a la crisis anterior. Lo podemos confirmar con los presupuestos expansivos del Estado español y de Canarias, con el mantenimiento del correspondiente a la Unión Europea 2021/2027 pese a la salida del Reino Unido. Con el incremento significativo en las cuentas públicas para sanidad, educación y derechos sociales. Con el importante papel que han jugado los ERTE o los créditos ICO. Con las ayudas directas que se están dando a empresas y autónomos, que en las Islas superarán este año los 1.300 millones de euros. Con los 750.000 millones que la UE ha puesto en los planes extraordinarios de recuperación, una parte mediante deuda mancomunada y con ayudas no reembolsables.

Inversiones públicas

Hace unos días el presidente de Estados Unidos presentó ante las dos Cámaras, Congreso y Senado, sus planes de recuperación, que incluyen inversiones públicas que superan globalmente los seis billones de dólares quince veces mas que lo aportado en los planes de la UE. Biden pretende impulsar una profunda modernización de la economía estadounidense; y, al mismo tiempo, llevar a cabo una auténtica operación de rescate de unas clases medias que han sufrido un sustancial retroceso en las últimas décadas, en el contexto global de una sociedad que ha incrementado sus niveles de desigualdad, con ricos cada vez más ricos y una pobreza cronificada. Lo que se convirtió en caldo de cultivo para la expansión del trumpismo. 

Por una parte, el presidente estadounidense pretende llevar adelante un gran plan de infraestructuras, dotado con unos 3 billones de dólares, que incluye actuaciones en viviendas, aeropuertos, carreteras, transportes, energías renovables, extensión de la banda ancha, mejora de la calidad del agua, investigación tecnológica, escuelas infantiles o residencias para personas mayores; que supondrán un apoyo a las empresas y la creación de millones de empleos y, a la vez, posibilitan abordar importantes problemas sociales en educación o en el ámbito de los cuidados a las personas. Guarda similitudes en su orientación con los fondos de recuperación europeos.

Por otra, pretende sacar adelante una ley para combatir los efectos de la pandemia, con casi 2 billones de dólares, que aborda desde el apoyo al pago de los alquileres al combate contra la pobreza infantil; y que subvenciona directamente a millones de familias. Con medidas específicas, además, en materia sanitaria (donde las desigualdades son abismales en Estados Unidos, que no tiene un sistema de sanidad universal y gratuito) y educativa, con intervenciones en infantil, que tendrán también un positivo efecto en las políticas de conciliación; y para afrontar las dificultades de acceso a las universidades, que hoy tienen muchos estudiantes que terminan cargando con una deuda que arrastrarán durante muchos años.

Además, se producen cambios, aún por desarrollar, en políticas migratorias y respecto a la brutalidad policial y el racismo tan presente en la sociedad de Estados Unidos. Así como un intento de recuperar las relaciones internacionales que Trump tensó hasta el extremo y deterioró.

Que paguen más los que más tienen

Para poder afrontar un plan tan ambicioso se requiere un sensible incremento de los actuales recursos públicos, lo que obliga a llevar a cabo una reforma fiscal en una nación donde algunos multimillonarios reconocen públicamente que pagan muy pocos impuestos en relación con lo que ganan. Biden señaló que no tocará los impuestos a aquellos ciudadanos y ciudadanas que ganen hasta 400.000 dólares anuales. Pero tendrán que pagar más los que superen esta cifra y las grandes empresas. Para estas últimas se estima un incremento del equivalente al impuesto de sociedades de siete puntos, del 21% al 28%. El presidente ofreció un dato contundente: el 55% de las grandes empresas no pagó impuestos federales en 2020, cuando lograron beneficios globales por encima de los 40.000 millones de dólares. Planteando la necesidad de una batalla contra el fraude y la evasión fiscal. En su discurso, descartó recurrir al endeudamiento público. Optando por más impuestos a los más ricos, para que los que más tienen paguen más y se comprometan con el bienestar colectivo.

En definitiva, los planteamientos iniciales del mandato presidencial de Joe Biden conforman un programa de actuaciones basadas en el protagonismo del sector público. Con unas millonarias inversiones en infraestructuras, el impulso decidido al estado del bienestar y una imprescindible reforma fiscal para poder financiar estas transformaciones. Bastante distanciado, en definitiva, del discurso de las derechas canarias y españolas, que siguen empeñadas en bajadas de impuestos a las grandes fortunas y a los que más patrimonio tienen que supondrían catastróficas consecuencias para los servicios públicos. Si esta pandemia ha demostrado algo es que los grandes problemas de la humanidad solo se combaten desde estados fuertes, desde el papel esencial de lo público, desde una fiscalidad progresiva y justa. 

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