Espacio de opinión de Canarias Ahora
'Hierro'
En este caso no se trata de una presencia “humana”, sino que forma parte de la misma naturaleza. Como el líquido que lo forma, el agua del río Congo, empapa todo el relato, además de condicionar el devenir de los personajes, condenados, cual peones del destino, a desenvolverse, entre el corazón de las tinieblas.
El río, lejos de ser un elemento propio de la naturaleza, se convierte en un personaje mucho más inquietante que el rebuscado intelecto de Kurtz, el desencadenante, como también sucede en recreación cinematográfica del director Francis Ford Coppola, de toda la situación.
En Apocalypse Now, el río, ahora llamado Nung, cambia de localización geográfica pero no pierde el valor de hilo conductor y catalizador de todos los sentimientos y delirios que acarrean consigo los protagonistas. Tanto para Marlow como para el capitán Benjamin L. Willard, el trayecto por el río les llevará a enfrentarse a sus miedos más íntimos, aquellos de los que nunca se puede escapar y, de tarde en tarde, se logran controlar.
En ambos casos, el escenario, deja de ser un mero fondo sobre el que se desarrollan las tramas para convertirse en un personaje del que no se tiene el más mínimo control.
Su caprichoso contenido los desafiará siempre que quiera y ambos hombres desearán buscar cobijo en una tierra firme tan caprichosa y peligrosa como lo pudiera ser el desafiante río.
Algo similar les sucede a los protagonistas de la serie Lost, perdidos en una isla mucho más misteriosa y letal que la descrita por Julio Gabriel Verne, en su novela. Son fichas en un tablero dispuesto por la madre naturaleza desde el principio de los tiempos.
También hay escenarios, no naturales, sino artificiales, igual de peligrosos y que condicionan la vida de los seres humanos que interactúan entre ellos. La ruinosa iglesia que aparece en la película de John Carpenter, Prince of Darkness, acaba por transformarse en un escenario mucho más desasosegante que el misterioso cilindro que permanece oculto en su sótano. Lo mismo ocurre con el interior del ordenador, gobernador por el tiránico Control Central de Programas, de la película Tron. Tan virtual escenario será el espacio por donde el humano Kevin Flynn (Jeff Bridges) deberá luchar para poder sobrevivir ante los retos que el CCP va colocando en su camino, usando los videojuegos como obstáculos.
En todos estos casos, el escenario, tal y como ya se ha dicho, dejó de ser un añadido a la narración para convertirse en una actor, con suficiente protagonismo como para condicionar toda la historia.
Por todo ello, no es de extrañar que el director Gabe Ibañez, conocido por su trabajo en el cortometraje Máquina, se decidiera a dar el salto a la gran pantalla, usando el desconcertante escenario de la isla de El Hierro, para contarnos una historia de terror psicológico.
En Hierro, la superficie rocosa de la isla y el agua que la rodea termina por dictar el comportamiento de los personajes de la historia, en especial de María, magníficamente interpretado por la actriz Elena Anaya.
Para ella, la pesadilla empieza, como también ocurre en la novela de Conrad y en película de Coppola, cuando emprende un viaje en barco, en compañía de su hijo. Durante la travesía, María descubre que Diego ha desaparecido, lo que le obligará a enfrentarse a uno de los mayores temores de cualquier madre, perder a un hijo. Tras una agotadora búsqueda, lo único que logra son preguntas sin respuestas, mientras contempla el movimiento de las olas que rodean la isla, tan atractivas para una bióloga marina como ella, como tenebrosas por los misterios que éstas pueden esconder.
Seis meses después María recibe una llamada, la cual le comunica que se ha encontrado un cadáver de un niño, quien bien pudiera ser su hijo desaparecido. Un nuevo viaje y una estación hacia el corazón de las tinieblas descrito por Conrad. Tras comprobar que no se trata de Diego, María decide emprender una desesperanzada búsqueda por un paisaje tan agreste como sorprende, lleno de las mismas aristas que el personaje se encuentra en su vida personal.
Es, entonces, cuando la isla del Hierro, más que en ningún momento, se convierte en ese personaje que burla sin compasión del personaje, tal cual les ha sucedido a los supervivientes del vuelo 815 de Oceanic, protagonistas de la serie Lost.
Por añadidura, María se topara en su búsqueda, con una serie de personajes, tan extraños, extremos y poco usuales como los parajes de la isla de El Hierro.
Inmesa en una pesadilla digna del más poderoso alucinógeno, gracias a la fuerza de las imágenes captadas por Gabe Ibañez, será solamente su fuerza de voluntad y el instinto maternal lo que la mantendrán cuerda en medio de la pesadilla con forma de isla en la que se encuentra atrapada.
Como no podía ser de otra manera, la isla terminará por revelarle sus secretos, a costa de demoler buena parte de sus emociones, lo que le obligará a replantarse tanto su vida como sus creencias más profundas.
La película Hierro es un cuidado y meditado experimento visual, pensado para que sus imágenes, el ambiente y la historia sobre la que se sustenta, no dejen indiferente al espectador. Su ritmo es pausado, a veces lento, como lo es del devenir del tiempo en una playa cualquiera, donde parece que nada sucede, aunque no por ello sea cansino.
Todo está pensado para que no seamos ajenos al estado anímico de María, el cual, al igual que sucede con Marlow y Willard, termina por resquebrajarse ante la presión que sufre.
Y el director de la película pone todo su empeño en lograr que los espectadores seamos partícipes de la tragedia y sin vivir al que la historia, escrita por Javier Gillón, coloca al personaje protagonista.
El acierto, además de la elección de Elena Anaya en el papel protagonista, recae en desarrollar casi toda la trama en la isla de El Hierro. Sus escenarios naturales se me antojan inigualables para que María termine por no distinguir entre realidad y ficción, mezcla de la belleza y el aislamiento que poseen.
Puede que al ver una película como Hierro nos demos cuenta de la precariedad de la vida humana y de cómo los seres humanos solamente somos los peones del juego comentado anteriormente. Un juego que transcurre en un tablero imposible de controlar y abarcar, por mucho que nos lo propongamos. Aunque no por ello, la vida humana no merezca la pena vivirla, una lección que el personaje de María termina por comprender.
Eduardo Serradilla Sanchis
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