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El increíble caso de la mujer translúcida
La conocí hace años haciendo un reportaje y hemos mantenido el contacto. María Dolores vive en un piso de 50 metros cuadrados con tres de sus hijos, dos de ellos toxicómanos y el otro recién salido de la cárcel, con su madre, prácticamente postrada en la cama desde hace dos años, y con tres nietos, dos de ellos de la mayor de sus hijas, que murió hace cuatro años de una sobredosis.
Cada mañana se levanta, le da una vuelta a su madre, prepara el desayuno para todos, pan con mantequilla y un tazón de leche caliente, acompaña a los niños al colegio, hace una pequeña compra, pañales, zumos, embutidos y mucha fruta, regresa a la casa, le da otra vuelta a su madre, prepara la comida, recoge a los niños, pone a su madre en una silla de ruedas y baja con ella y el más pequeño hasta el parque, regresa a la casa, acuesta a la madre, hace la cena, acuesta a los niños, le da de comer a su madre y, finalmente, cuando ya no le quedan fuerzas apenas, se sienta en el sofá con la mirada perdida y la tele encendida.
María Dolores vive de su exigua pensión de viuda y de los pocos euros que sus hijos no acaban metiéndose en el cuerpo en forma de drogas y alcohol. Aunque ella no lo verbalice, es una santa milagrera porque milagro y no otra cosa es sobrevivir de esa manera. Fuma y fuma un cigarrillo tras otro para aplacar los nervios y la angustia y cuando consigue que alguna de sus hijas o de sus vecinas se haga cargo de los niños y de su madre, peregrina por las instituciones en busca de ayuda. El otro día le hablaron de la Ley de Dependencia. “No sé si lo veré mientras viva”, dijo ella. Y va camino de tener razón.
A María Dolores, verla la vemos, pero como si nada. Más que invisible, es translúcida.
José Naranjo
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