No voy a ocultar -en artículos anteriores lo denunciaba- que no me gusta ni encuentro justificación para este concurso en sí mismo y menos aún el contenido de las bases que servirán para que el ejecutivo pueda baremar a los candidatos y otorgue a los agraciados las oportunas licencias. Aunque bien pensado, quizás deba decir las inoportunas licencias.Espero, sin nada que justifique una esperanza racional, que el impulso irresistible manifestado por los dirigentes de Cuba y Venezuela para cercenar, limitar o coartar la libertad de expresión no se apodere de nuestros dirigentes políticos canarios, ni de los actuales en funciones ni de los futuros en el cargo. Es cosa que gustan hacer para evitar que los discrepantes manifiesten sus erróneas opiniones y haya que invitarlos a pasar una larga temporada en un centro de reeducación para convencerlos de que abandonen la idea de pensar por sí mismos, que no sean un pedazo de contrarrevolucionarios. Siempre por su bien, naturalmente.No es fácil entender el motivo racional, para la regulación y limitación del derecho constitucional a informar y ser informados libremente, es decir, impedir por métodos burocráticos y reglamentistas arbitrarios la difusión de la información o el entretenimiento a través de los modernos medios tecnológicos, sin más limitación que el Código Penal. Muchos años costó librarse del Nihil Obstat en la prensa escrita. ¿Cuántos años costará librarse de eso en la televisión? Es una certeza técnica que la capacidad para albergar canales en la televisión digital terrestre es virtualmente ilimitada. Por eso no es la ingeniería la que explica la limitación del número de emisoras a autorizar, más bien parece que lo que motiva esta restricción liberticida es sólo el deseo de control político o económico de los contenidos a emitir a gusto del gobierno de turno. En esto han sido todos iguales, aunque lo nieguen.A veces se esgrime, falazmente, que el llamado apagón analógico es bueno porque la TDT ofrece más canales y de una mejor calidad de imagen y sonido. Me parece excelente que los fabricantes pongan en el mercado más y mejores aparatos y sistemas, es uno de los efectos de la libre competencia y la globalización, pero resulta inadmisible que al usuario le obliguen a cambiar de tecnología si él no lo desea. La relación precio calidad, diferente para cada persona, determinará la decisión de éste y es inadmisible que sea coaccionado por un técnico o un político desde un despacho oficial. No es entendible que se obligue por ley a una persona a tirar sus discos de vinilo o su colección de cintas VHS porque esté en el mercado el CD o el DVD. Tampoco es razonable que se obligue a las emisoras de radio y televisión a emitir con otro sistema distinto del que han adoptado y con más calidad. Si hay múltiples ofertas audiovisuales, cada usuario decidirá libremente qué ver o qué oír y la suma de todos -el mercado, la audiencia-, determinará qué empresas ganarán dinero y seguirán o cuáles tendrán que cerrar, pero no porque se les obligue a hacer algo que no es ilegal ni esencial. Pero es que el asunto es aún más tortuoso en España, cuando en la práctica se obligó a las empresas que querían ofertar servicios por cable de fibra óptica a abandonar ese desarrollo imponiéndoles una regulación inexistente en otros países. Hoy la gran tecnología punta en Canarias, obsoleta en otros lugares, parece ser el ofertar televisión e Internet por par de cobre o cable coaxial, en lugar de fibra óptica que sí podría haber generado un servicio de alta calidad y velocidad y con un gran potencial para otros negocios de gran valor añadido.Tal como analiza magistralmente Pablo Molina en su excelente libro La dictadura progre (Ed. Sekotia, S.L.), que sin la menor reserva recomiendo a todos, el exceso innecesario de regulación de la televisión en España ha logrado un empobrecimiento cultural general y que tal vez se haya derrochado y nunca se descubra el genio de muchos jóvenes por haber restringido este área de negocio y creatividad al capricho estatal. Como dice Molina, para comprobarlo no hay más que sintonizar a media tarde cualquiera de las cadenas concesionarias actuales. No cabe duda que un concurso bien apañadito podrá satisfacer las ansias infinitas y la compulsión de los políticos en ejercicio por ser adulados y casi adorados, olvidando a veces que los que salen en la pequeña pantalla son muchas veces ectoplasmas electrónicos, en ingeniosa y precisa frase de Andrés Aberasturi, que la gente olvida en cuanto dejan de aparecer en la tele. Sic transit gloria mundi, dice el aforismo latino y se estarán diciendo algunos políticos a los que el electorado ha enviado a ganarse el pan con el sudor de su frente, como el resto de los mortales, sin coche oficial, moqueta ni Visa Platino a cargo suyo y mío. José Fco. Fernández Belda