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Lo que interesa de la Historia

José A. Alemán / José A. Alemán

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Esos son los hechos y llama la atención que al distinguir entre asesinatos de ambos bandos, se me diga que aplico distintas varas de medir; como si yo encarnara a la Justicia y rebasara el campo de la libre opinión. Un reproche que, por supuesto, no suele hacerse a quienes durante cuatro largas décadas no permitieron que se aplicara sino la suya. Pero dejando eso a un lado, aburre tener que repetir lo obvio.

Los asesinatos son siempre asesinatos, pero revisten mayor gravedad los ordenados desde el poder a los cuerpos del Estado. Éstos actuaron en España, durante la guerra y después de ella, de acuerdo con un programa de exterminio de la izquierda que alcanzó a individuos de la derecha democrática republicana; incluso a los clérigos que fueron fusilados y que siguen ignorados por la actual jerarquía eclesiástica. Pero, a lo que iba: aunque el resultado de violencia y muerte sea el mismo, no es igual. La gravedad del asunto de los GAL no derivaba de que existiera una banda de asesinos sino de que actuaron como instrumento del poder; con el PSOE y antes del PSOE, dicho sea de paso.

La diferenciación entre asesinatos no es, pues, gratuita ni falta de fundamento. La guerra civil española y el franquismo provocaron un océano de tinta en el que puede sumergirse quien desee informarse. Paul Preston, Gerald Brenan, Raymond Carr, Tuñón de Lara, Stanley Payne, Hugh Thomas, entre muchos otros, han documentado los hechos estableciendo la diferencia entre los móviles de los asesinatos de unos y de otros sin por ello legitimar y mucho menos bendecir a ninguno. A ellos me remito. No es que la vara de medir sea distinta, sino que no puede aplicarse la misma vara cuando se trata de Historia, no de Justicia. No sé si tras machacar a Garzón por hablar de Justicia la emprenderán con los historiadores, que camino de eso vamos.

El caos republicano, frente a la superior disciplina y determinación del bando nacional, es un lugar común de la historiografía. Una realidad bien conocida y mejor documentada. No la inventé yo. Por citar un episodio, el de los asesinatos de Paracuellos que siempre se saca a relucir a pesar de haberse clarificados ya aquella barbaridad. El Gobierno republicano había decidido huir a Valencia y al menos uno de sus miembros, Giral creo recordar, fue interceptado por milicianos y obligado a regresar a Madrid. Ya me contarán qué autoridad era ésa y qué controlaba. Justo en ese momento de mayor desconcierto son asesinados los oficiales de Paracuellos que la derecha recalcitrante sigue atribuyendo con falsedad y contumacia a Santiago Carrillo, entonces consejero de Orden Público de la Junta de Defensa, .

No relataré el episodio al que se refieren varios de los autores citados, de los que recuerdo ahora mismo el relato de Preston. Lo que me interesa destacar es que en 1936 Carrillo tenía apenas veinte años, es decir, el Gobierno republicano no disponía de personas de mayor edad y experiencia a las que confiarle tan importante responsabilidad. No se comprende que se recurriera a un jovenzuelo, aunque no sea menos cierto, como asegura Preston, que el nombramiento de Carrillo reflejó su buena relación con los soviéticos que ayudaban a la República.

Insisto, de nuevo, en que los hechos son los que son y que la diferencia radica en su valoración e interpretación. Es una idiotez tratar de justificar la historia en el sentido que más convenga aplicándole clichés ideológicos pensando en aquí y ahora. Cosa distinta es penetrar en sus porqués; entenderla, en suma, que es lo que a mí me ha interesado siempre.

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