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Opinión - Ir al grano. Por Rosa María Artal

De libertades, privacidad, mascarillas y cámaras de seguridad

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Sin ánimo de pontificar ni mucho menos de aleccionar al prójimo. Solo es compartir unas reflexiones abiertas a la discrepancia y a la réplica con cortesía.

Cualquier idea, concepto u opinión contienen matices intrínsecos que limitan la radicalidad del “mi verdad es siempre única… aunque difiera de la tuya”.

La Declaración Universal de los Derechos Humanos canalizó el sentido común de aplicar las libertades en el contexto social del respeto colectivo. Define el alcance de mis derechos hasta donde empiezan los del prójimo. Convencionalismo racional y razonado como método de supervivencia a través de unas reglas de convivencia racionales que intentan ser justas.

Así se recoge en las respectivas constituciones y legislación de los países democráticos que configuran nuestra civilización occidental.

Pero como la perfección es una utopía, toda iniciativa e innovación oficial o administrativa ofrecen pros y contras, partidarios y adversarios, que crean conflicto sobre la frontera que separa los propios derechos y el deber hacia los demás, para que el concepto de libertad no se infecte en modo libertinaje.

P.ej.: La implantación de cámaras de seguridad en espacios públicos, ¿afecta a la privacidad del individuo? Quizá sea el precio por otras ventajas como la de proteger la seguridad ciudadana. Su existencia produce además un efecto disuasorio ante el vandalismo callejero o delitos en la vía pública.

En grandes almacenes y otros establecimientos las cámaras de seguridad son parte esencial de su estructura; como la grabación del vehículo y su matrícula cuando se accede a un aparcamiento público. Se aceptan y nadie normal siente perturbada su intimidad. Las calles, plazas, parques y jardines al aire libre, son espacios públicos en los que nadie puede comportarse en términos de privacidad absoluta, como pudiera ejercerse en la intimidad del propio hogar, dormitorio, cuarto de baño o ante la chimenea de su sala de estar. No parece contraindicación ni atentado hacia derechos fundamentales. Solo se trata de diferenciar entre espacio público y recinto privado; ajustado cada sitio al comportamiento cívico y al respeto por la intimidad individual.

En los países más avanzados de nuestro entorno geoestratégico, una red expandida de cámaras de seguridad impide, por ejemplo, que ningún coche circule con matrícula falsa, sin seguro o falto de la inspección obligatoria. Por no comentar, como en las películas de acción, policiacas o de espías, cómo una buena grabación puede sustituir un traumático interrogatorio que atentaría contra los derechos humanitarios del enemigo o del presunto delincuente. 

Son ventajas referidas a la seguridad colectiva. Lo que no obsta, como suele suceder, que el poder instituido abusase de su utilización con fines políticos. Si tal no pudiera controlarse, el efecto sería pernicioso para la ciudadanía y aprovechable como argumento para quienes priorizan su defensa egocéntrica contra el supuesto bien común.

Esto también es válido para debatir pros y contras del negacionismo en el actual estadio avanzado de pandemia. Con el rechazo a medidas extremas impuestas por la autoridad “competente”: confinamiento, mascarillas, distancia social, limitación grupal… se representa la bandera de la libertad a ultranza y la reivindicación de derechos individuales a toda costa que, si no encuentran un límite frontal, ponen en riesgo por contagio a la parte más vulnerable de la sociedad, que vería invadido su derecho a la salud y a la vida por parte de los activistas reaccionarios.

Cierto que la gestión política ha demostrado incapacidad, ignorancia y exceso de intereses partidistas en contra de la imprescindible eficacia para atajar la epidemia o, al menos, amortiguar sus lamentables efectos. Sería impensable que pudiera resolverse tan grave problema “solo” en clave política; pues hartos estamos los ciudadanos de comprobar que todo lo que toca la política se contamina y se descompone en residuos orgánicos… y que “solo la sociedad civil está capacitada para resolver sus propios problemas”. Es por lo que se requiere el esfuerzo colectivo de usar la razón y aplicar el sentido común con criterio humanitario, exento de “iluminaciones” personales y actitudes dañinas o peligrosas para el entorno familiar, afectivo y social. 

“La libertad personal absoluta solo existe para el náufrago en su isla desierta. En la realidad tribal está limitada por el respeto a los derechos de los demás”.

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