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Lucanores sin Patronios

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Triste es la vida de quien, en la cumbre de la popularidad, en lo más alto de la fama (que no necesariamente del prestigio o la noble admiración), se encuentra en el más absoluto de los abandonos a pesar de que le acompañan siempre esos devotos de la adulación, tan efímeros como inconsecuentes. Tristísima es la soledad del que, acostumbrado a la pompa y a ser el centro de atención, carece de alguien que, con sincero cariño, anónima bondad y reconfortante firmeza, no dude en decirle: “¿no te da vergüenza ir por ahí diciendo esas tonterías que dices?”.

¿Dónde están esos juiciosos familiares? Pienso en aquella madre, mujer sensata de toda la vida que, mirando fijamente al hijo o a la hija, responsable político destacado, ora presidente de no sé qué o presidenta de vaya uno a saber, le suelta un certero: “anda, por favor, no nos abochornes más diciendo bobadas. ¿Acaso te he educado para que escupas sin ton ni son tantas estupideces?”. Y me imagino aquel padre sonrojado al ver a su descendiente en televisión, en radio o en las redes sociales actuando igual que cuando era infante y recibía un zarandeo y una reprimenda de advertencia del tipo: “Ya eres mayorcito o mayorcita para estar haciendo el idiota”. ¿Dónde están?, pregunto. ¿Y sus afectuosas y leales parejas quienes, tras mirarles fijamente, dirían: “te respeto, pero me incomoda muchísimo que mientas y, sobre todo, cómo lo haces”; o “te quiero, pero me disgustas cuando dices memeces como…”; o “no me puedo creer que seas tan cínico (o tramposa, o liante…)”? ¿Dónde?

Que personas vinculadas a la farándula se afanen en diseminar el mayor número de sandeces poco ha de importarnos siempre que tengamos en cuenta que lo que afirman cumple con la función de entretener a un público con deseos de esparcimiento; pero que representantes políticos, que están donde están porque se ha depositado en ellos una confianza y una responsabilidad que, por ser la que es, debe ser atendida con seriedad, entrega y respeto, guardando al máximo el debido decoro, se adentren en una espiral funesta de explicaciones, aseveraciones o declaraciones que tan pronto son hirientes como insustanciales, estúpidas o falsas, o todos los calificativos a la vez, creo que obedece, por una parte, a que no están en condiciones intelectuales óptimas (y, en consecuencia, no pueden seguir ejerciendo su labor) o, por la otra, a que su bagaje moral y ético es de una bajeza tal que, como es lógico suponer, no es admisible que sigan con el desempeño de su cargo. En ambas situaciones, alguien amable, alguien cercano, alguien que de verdad quiera a esa persona, debería decirle: “anda, venga, déjalo ya. Vámonos a casa”.

A los Lucanores de turno no hay que pedirles que sean individuos con abrumadores y distinguidos currículos científicos, y aquilatada experiencia profesional y política. Basta con que posean un poco de sentido común y un mucho de prudencia: que no hablen por hablar y, en la medida de lo posible, que eviten improvisar si desconocen el asunto por el que les preguntan; que tengan la honradez y la dignidad de afirmar en público que se van a informar sobre lo que no saben, que pidan perdón cuando se equivocan, que se limiten a hablar de sí (de lo que hacen, piensan y creen) y no de los demás; que no busquen la ocurrencia, el chascarrillo, el titular grueso y vano que solo sirve para alimentar a los carroñeros… Prudencia, no más; como la de nuestros mayores en su afán por vivir en el mejor mundo posible y esforzándose por que la normalidad, la sensatez, esos dos dedos de frente que nos reclamaban, no representaran la excepción de nada, sino algo habitual, consustancial a nosotros mismos.

Y si no saben dónde hallar esta preciada joya, que no la busquen entre los aduladores, pues se encuentra fuera de ese pernicioso círculo, donde hay personas de toda la vida que, seguramente, hace bastante que no ven ni escuchan, personas que prefieren adoptar un segundo plano y hablar con discreción cuando se las pregunta, personas anónimas que se alegran de sus éxitos de un modo sincero y desinteresado. Ahí, entre estas, ha de haber mucho Patronios. ¿Por qué no acudir a ellos para evitar (o intentarlo al menos) esos derrames de estulticias que protagonizan ciudadanos con responsabilidades políticas y que inundan las redes sociales y los medios de comunicación?

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