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La memoria del volcán

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Quiero manifestar mi más sincero apoyo a las personas que estos días sufren los efectos, no de la belleza de un volcán, sino de sus trágicas consecuencias. Y me gustaría hacerlo aportando algunas historias de las erupciones de Lanzarote del siglo XVIII.

Los desastres naturales con víctimas mortales o graves pérdidas materiales tienen un gran impacto. A veces amplificado por la prevalencia informativa, que nos aproxima más al dolor de los muertos en las torres gemelas que a los miles de inmigrantes en nuestras aguas. Las erupciones volcánicas enseñan nuestra tremenda debilidad ante la naturaleza y ante el poder de un volcán. Nadie puede olvidar las consecuencias de los incendios forestales, con una enorme destrucción de bienes materiales. Pero si una casa o una finca se quema por un incendio, la puedes reconocer y recuperar, sin embargo la lava barre literalmente del mapa la casa, la finca, y cualquier rastro del territorio. El dolor de las personas afectadas por este nuevo volcán, crea impotencia, incertidumbre y sensación de pérdida, no sólo por las cosas de gran valor sentimental que ha quedado sepultada, sino porque su paisaje ha desaparecido, el lugar de la vida cotidiana, el escenario de los afectos y los dolores, el sentido de vecindad. La pérdida traumática del sentido del lugar conduce a un conflicto interno, personal, que puede llegar a tener graves consecuencias a nivel social, (Nogué, 2014)

Aunque ahora se necesiten soluciones urgentes, no podemos perder la memoria del volcán. De vez en cuando la hoguera que tenemos debajo, viene a visitarnos. En La Palma, tres erupciones en 70 años. Muchas personas han vivido las tres. Nadie que tenga una casa que ha pertenecido a varias generaciones, puede imaginar que un volcán va a estallar a pocos metros, pero el estudio del territorio, la memoria histórica y la planificación territorial puede ayudarnos a saber cuáles son los lugares con más riesgos.

Si las lavas del volcán del Cuervo en Lanzarote, hubieran seguido hacia el mar, Puerto del Carmen o Puerto Calero serían una llanura de lavas nuevas. Garachico sabe cómo una colada, canalizada por un barranco muy pendiente, destruyó gran parte de una de las ciudades más prósperas de las islas. Debajo de las lavas y la ceniza de Timanfaya hay 15 pueblos, más de 700 casas, tres ermitas, cientos de aljibes, maretas, fincas, pajeros, corrales, eras. En 1731, preguntado un testigo por la Vega del Boiaxo, destruida por los volcanes de Lanzarote, decía: “Está todo perdido por aver corrido sobre ella el fuego del volcán de forma que en ningún tiempo se podrá usar de ella y oy en dia no se save para adonde fue, a causa del gran malpaís y montañas que tiene encima”.

En La Palma, en 1677, se decía del volcán de San Antonio: “...y sin esperanza de que pueda descubrirse (la Fuente Santa), porque la materia que corrió, después de fría, ha quedado reducida a risco con tal altura, que es casi imposible deshacerlo y llegar a la profundidad donde estaba la fuente… quedó este término tan destrozado que muchos de los vecinos se mudaron a vivir en otros lugares. Muchos vecinos lo pierden todo por las lavas y las cenizas, como ocurrió con el volcán Martín por Tigalate (1646) o el de San Juan (1949).

Las erupciones de Lanzarote, el otro día en términos geológicos, ha sido una de las más importantes de la historia reciente. “El primero de septiembre de 1730, a las 9,30 de la noche se abrió la tierra cerca de la aldea de Chimanfaya. El primer mes destruye la parte más rica y poblada de la isla, las aldeas de Chimanfaya, Santa Catalina, Mancha Blanca, Maso, las ermitas de Santa Catalina y San Juan, una cilla de granos y cientos de casas. Meses después, desde más de 10 nuevas bocas eruptivas, se destruye Tingafa, El Chupadero, Macintafe, Chichirigauso, Guagaro”.

Las autoridades, en vez de evacuar a los vecinos, les prohíbe salir de la isla, aunque salen clandestinamente. No había camiones, así que los enseres y muebles se salvaban en camello. Cuesta imaginar la vida con enormes estruendos, terremotos y un aire irrespirable con graves problemas de salud. Los volcanes paraban, pero días después reventaban otros nuevos, y así durante 6 años. Algunas personas compraron terrenos que en unos días destruiría un nuevo volcán. La gente se acostumbra a la erupción. Los ancianos cuentan que no podían dormir por las noches y hacían bailes delante del volcán, los niños jugaban junto a las lavas o los pastores clavaban la lata (lanza) en el suelo para ver la velocidad de las coladas.

Lo que están viviendo las personas de La Palma con este volcán nos da pistas del drama que se vivió en Lanzarote. Los vecinos de la destruida aldea de Tíngafa, caminaban sin rumbo por los caminos, sin casa y sin nada que comer. Imaginamos escenas de solidaridad entre la población, aunque no suela salir en los relatos históricos. Muchas son las injusticias que sufren las personas afectadas por el egoísmo de grandes familias y el papel que en ocasiones tiene la iglesia, que ayuda con la mediación divina, mientras acusa a los pobres vecinos de que el volcán es el castigo de su mala conducta.

Durante la erupción de Timanfaya se hacen tres repartimientos de tierras para ayudar a gente afectada. En el primero actúa como mediador el cura Don Andrés Lorenzo Curbelo, autor del famoso Diario de la erupción, acrecentando también sus propiedades. El segundo repartimiento es en Yuco, Tinguatón y la nueva Mancha Blanca (la anterior desapareció del mapa). Tiene que intervenir la Real Audiencia porque la familia de Luís de Betancurt, una de las personas más ricas de la historia de Lanzarote, no quiere repartir tierras. En la zona del tercer repartimiento se funda el pueblo de Tías. Los vecinos que lo perdieron todo debajo de las lavas y las arenas, lo hacen municipio en pocos años. En la Geria las zonas cubiertas de arena adquieren un enorme valor, por la producción de vinos y aguardiente. La riqueza del volcán generó, también, largos conflictos por la propiedad del territorio recién creado o por la ocupación ilegal de suelos ganaderos.

La zona del actual volcán de La Palma tiene su propia historia. Abreu Galindo cita una gran erupción a mediados del siglo XV: “En el término de Tixuya está una montaña que llaman de Tacande, en la cual en tiempo antiguo parece hubo minero de azufre,.. desde el pie de esta montaña corre por un valle hasta media legua de la mar, cantidad de piedra que parece haber sido quemada y derretida, a la cual piedra llamaban los palmeros tacande, que quiere decir ”piedra quemada“. Y que se vaciase esta montaña, se colige de la forma que le quedó, como reloj de arena,... y quebrada por aquella parte por donde corre la piedra quemada, que dicen malpaís; el cual es tan estéril y sin substancia, que ni árbol ni yerba se da entre él… Y dicen los antiguos palmeros que aquella montaña de Tacande, cuando se derritió y corrió por aquel valle, era la más viciosa de árboles y fuentes que había, y que en este valle vivían muchos palmeros, los cuales perecieron… El segundo señorío fue el término de Tijuya, hasta la montaña llamada Tamanca; y de esta tierra era señor un palmero que se decía Chedey, en cuyo tiempo decían los palmeros antiguos que había derretídose la montaña de Tacande, que era en aquel tiempo la más fértil y poblada de gente que había en La Palma”.

A. Espinosa, en 1590, nos dice del volcán Tehuya: “...lo vimos con nuestros propios ojos el año 1585, en La Palma, término de Los Llanos, fue creciendo la tierra visiblemente en forma de volcán, y se levantó en gran altura, como una gran montaña, y habiendo precedido muchos terremotos y temblores de tierra, vino a abrir una boca grande, echando por ella fuego espantoso y peñascos encendidos. y corrieron más de legua por tierra, hasta llegar a la mar; y fue tanta la furia que el fuego llevaba, que media legua dentro en el mar calentó el agua y se cocieron los peces que en ella había”.

Del volcán del Charco, al sur de la actual erupción, se dice en 1702: “Comenzó a jumear la tierra en la Hacienda del Charco. El domingo 9, a la una del día, reventaron dos bocas y corrió al Lomo de Jonaldo, y de allí a la mar; arrojaron cantidad de fuego y piedras y algunas cenizas. Y abrió la última boca, arrojando malpaís líquido. Haría, en las tierras de mi tía doña Ana, de daño 40 fanegas de sembradura, muchos baldíos y barrancos que tupió. En la de María Antonia se llevaría 60 fanegas de sembradura que era lo mejor de la isla, y le quemó dos casas, pajeros y graneros y un estanque. (M. Santiago, 1960). De la erupción de San Juan, hay mucha información, aunque sería bueno recordar como fue el proceso de recuperación de aquella zona y de su gente.

La gran erupción informativa, que ayuda a conocer el dolor de la gente, se apagará antes que el volcán. Debería haber un acuerdo institucional para que en seis meses se convoque a todos los medios, para valorar la evolución no del volcán, sino de las promesas de recuperación que se están haciendo. Mucha fuerza a la gente afectada.

 

José de León Hernández es doctor en Historia y arqueólogo

 

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