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El odio antiespañol del nacionalismo vasco

Antonio Cavanillas / Antonio Cavanillas

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“La fisonomía del vizcaíno es inteligente y noble; la del español inexpresiva y adusta”. ¿Se iniciaría el odio de Arana al tratar de digerir su propio nombre? No lo creo. Llamarse Sabino Policarpo tiene que ser jodido, pero no hasta el extremo de odiar al español San Sabino, obispo de Plasencia, o a San Policarpo por ser turco de Esmirna. Aunque quién sabe?

“El vizcaíno es nervudo y ágil; el español es flojo y torpe”. Apuesto a que la inquina del vizcaíno (Abando, 1865, Pedernales, 1903) pudo iniciarse al enfrentarse a Unamuno y Azcue, ambos españolistas, opositando a una cátedra de Psicología, Lógica y Ética del Instituto de Bilbao. Sacó cero puntos y quedó en último lugar, lo que no habla muy bien de su cociente intelectual. Por otra parte -en lo de la flojera y torpeza del español- no cayó en que el problema no era genético sino higiénico y alimenticio, de padecer hambrunas. Desde luego no habían nacido Nadal, Ballesteros, Gassol, Fernando Alonso, Fermín Cacho, Ángel Nieto, Xabi o Fernando Torres. (1)

“El vizcaíno es inteligente y hábil para todo tipo de trabajos; el español es corto de inteligencia y carece de maña para los trabajos más sencillos”. Quizá la tisis galopante que lo minaba ya, para su desgracia, contribuyó a aquel odio. Pensaría tal vez que le pegó el bacilo de Koch uno de los maquetos que trabajaba desmañadamente en las ferrerías vascas. Respecto a corto de mollera, Arana no había leído a Cervantes ni sabía de Gracián, Lope, Calderón, Ramón Llull, Tirso de Molina, Arnau de Vilanova, Quevedo, Ausiàs March, Luis Vives, Juan de Valdés, Tomás de Iriarte, Viera y Clavijo, Feijoo, Galdós o Jovellanos, ni conocía de oídas a Velázquez, Murillo, Zurbarán, Goya, Claudio Coello o Sánchez Cotán por citar a unos pocos escritores o artistas.

“El vizcaíno es laborioso, ved labradas sus verdes montañas hasta la cima; el español perezoso y vago, contemplad sus llanuras desprovistas de vegetación”. Un poco exagerado. El amado País Vasco de mi infancia es verde porque llueve y La Mancha un tanto desolada porque caen cuatro gotas y porque se talaron los árboles para construir barcos en los que pilotaran los navegantes vascos. Castilla, León, Aragón y Extremadura, en su modestia, tienen sus bosques, sotos y arboledas, por no hablar de los bosques gallegos, andaluces, catalanes, canarios, baleares y pirenaicos.

“El vizcaíno es emprendedor y osado; el español nada emprende, a nada se atreve, para nada vale”. Sin duda le trabajaba ya el caletre la enfermedad de Addison, que acabó con su vida a la triste edad de 38 años. Descanse en paz. Además el obseso no conocía a Amancio Ortega ni a los Meliá, Ibarra, Marsans, Lara, Pascual o Roca, etcétera.

“El vizcaíno no vale para servir, ha nacido para ser señor; el español no ha nacido más que para ser vasallo y siervo”. Mi bisabuelo materno, que era vasco, era desde luego un señor. Mi abuelo paterno, que era de Almería, también era un señor. Nuestra riqueza se halla en el mestizaje antes que en el racismo. El pobre Arana era un señor que había pasado de ser fuerista-españolista, como lo fue su padre, a inventarse la historia, a repetir mentiras, a imaginarse agravios, a instalarse en la misma utopía que los Arzallus e Ibarreches o a inculcar demenciales ideas disolventes a etarras y proetarras. ¡Hay!, si levantara la cabeza y viese sirviendo y de vasallo a Emilio Botín, Rodrigo Rato, Javier Solana, Montserrat Caballé o Plácido Domingo?

“El español es bajo de estatura y aunque esté sano prefiere vivir a cuenta del prójimo antes que trabajar; el vizcaíno es alto y laborioso. Sería antes, cuando no se comía. Ahora cualquier chaval de Cuenca o la Gomera mide un metro ochenta. Y en lo del laboro, quisiera hacer constar que el País Vasco, entre huidas de comerciantes e industriales para salvar la vida o no pagar el impuesto revolucionario y cierto estancamiento, se ha visto superado por otras autonomías mucho más prósperas y libres, con Madrid a la cabeza. El único rincón de España donde no existe libertad excepto para los nacionalistas, tristemente, se llama Euskadi.

“Oíd hablar a un vizcaíno y escucharéis la más eufónica, moral y culta de las lenguas; oídle a un español y, si sólo le oís rebuznar, podéis estar satisfechos, pues el asno no profiere voces indecentes ni blasfemias”. Hace falta moral? Sin duda Arana andaba ya seriamente tocado. El Addison le trabajaba la sesera, que suele. Pase porque el eusquera sea lengua antigua y bella, pero compararla con el castellano, el catalán, el inglés, el alemán o el francés en estructura, sintaxis o riqueza de términos o giros me parece ridículo. El mismo Miguel de Unamuno, gran vasco, el más insigne de los filólogos de nuestra lengua en los últimos tiempos, la menospreciaba comparativamente con el español, que llegó a dominar como pocos. Y en cuanto a blasfemar, hablar mal y deshacerse en tacos malsonantes, acercaros a cualquier bar de Bilbao o San Sebastián y veréis lo que es bueno.

Y ya no sigo. Los que quieran leer aberraciones como: “Nosotros los euskerianos sabemos que la patria se mide por la raza” o “Ya lo sabéis euskaldunes: para amar a Euzquera tenéis que odiar a España” pueden ojear las Páginas de Sabino Arana, libro prorrogado por Adolfo Careaga, o entrar en Internet, escribir en Google Sabino Arana y apretar una tecla.

Un hombre puede hacer mucho daño y más si es un orate con oyentes y parroquianos. Una mentira repetida mil veces se convierte en verdad, dijo un fascista. Lo trágico es que los ciudadanos que las escuchan suelen terminar bajo la bota de un totalitarismo. El triste y grave problema de ahí arriba es que en las ikastolas enseñan a los niños estas y otras inventadas historias. Los profetas nacionalistas las creen a pie juntillas, así como que descienden directamente de Noé tras salvarse del diluvio universal o que el eusquera bajó del cielo de la mano de Tubal, leyenda cosmogónica parida por alguien durante una cogorza de chacolí y que nadie desmiente. Dios nos coja confesados. Y Zapatero con su alianza de civilizaciones cuando el enemigo lo tiene en casa. ¿Tan difícil sería que las diecisiete autonomías se pusieran de acuerdo para enseñar en las escuelas la verdad histórica?

Si no fuese porque el sesenta por ciento de los vascos no comulga con tales sandeces, de no ser porque el vasco normal es señor de verdad y no es cosa de arrojarle a los leones, sería cosa de darles la independencia de verdad, pero echando primero las cuentas, pues parte de mis impuestos, los de mi padre y los de mis abuelos se fueron en pagar fueros e infraestructuras vascas.

(1) Antes de la revolución industrial los que emigraban del Señorío de Vizcaya para no morir de hambre eran los vascos. Los santones del PNV lo han olvidado ya, pero el vasco fue tan emigrante como hoy los marroquíes. Los miles de apellidos vascongados que pueblan orgullosos media España y la América Hispana, son casi siempre de esa procedencia. Entonces emigraban y ahora, con la prosperidad conseguida entre todos, se han vuelto nacionalistas, tristes aldeanos racistas que execran del maqueto y, con la boca pequeña, de todo aquel que no lleve en la sangre un Rh tan negativo como sus propuestas. Quiera Dios que, en su pecado vil, nunca lleguen a alcanzar la penitencia.

* Cirujano y escritor Antonio Cavanillas*

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