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El peligro de la política del Banco Central Europeo (BCE)
Por muchas estadísticas y modelos econométricos que se utilicen a la hora de articular la política monetaria, la ecuación sencilla que subyace en la toma de decisiones del BCE es la conocida ecuación cuantitativa del dinero, que se debe a los mercantilistas españoles del siglo XVI. Según la misma, entre la producción nominal en un territorio, es decir, entre las cantidades producidas de bienes y servicios valoradas a sus precios, y la cantidad de dinero que hay en ese territorio existe un equilibrio. En términos matemáticos, Irvin Fisher lo expresó la idea como P*Q= M*V, siendo V la velocidad a la que se mueve el dinero, P*Q el PIB nominal del territorio y M la oferta nominal de dinero en el mismo.
La velocidad del dinero nos habla de lo rápido que el dinero pasa de manos. Hoy en día, por ejemplo, el bizumm, los préstamos pre concedidos con un click, y las tarjetas de crédito han incrementado la magnitud de esta variable significativamente. Pero como decía Keynes, un consumado monetarista, en épocas de crisis esta variable “va a donde la lleve el viento” y, por tanto, poco podemos modelizar sobre ella ni controlarla de manera eficiente.
Nos queda el resto de las variables. El conjunto de los precios de la economía, denominado vector de precios porque nos estamos refiriendo a cientos de miles de productos, va a depender de la mayor o menor competencia en los mercados. En algunos casos dependen de la oferta y la demanda y, en otros, de la fijación que hace de los mismos los gobiernos, como el precio público de la matrícula universitaria o de la intervención del gobierno en los mercados con impuestos, subvenciones y regulaciones, como los billetes de los transportes.
La variable cantidad de dinero depende principalmente de la actuación del Banco Central Europeo, quien a través de la subasta con los bancos comerciales y los gobiernos va empujando o drenando dinero del sistema. Obviamente, la cantidad de dinero demandado en las subastas dependerá de su precio, es decir, del tipo de interés. Lógicamente, a mayor tipo de interés menor será la demanda de dinero que bancos y gobiernos pedirán. En eso se basa el mecanismo de la política monetaria centralizada en la UE.
Fijadas las variables, volvamos a la ecuación (PQ=MV). Todas las magnitudes que tomen las variables dependen en esencia de las expectativas y de los embates inesperados. Si esperamos que la economía crezca, la cantidad de dinero debe acomodarse a ella. Si se estima que la demanda real total crecerá mucho frente a las respuestas de la oferta total, la consecuencia es la subida de prec ios y la pérdida consecuente de competitividad internacional. Ante ello se reacciona aumentado el tipo de interés con la disminución de la cantidad de dinero demandada y contrayendo la demanda de bienes y servicios a través del encarecimiento de los préstamos para el consumo y la inversión. De esta política salen ganadores los bancos, pues los préstamos deberán pagarse con cuotas mayores.
Pero cuando la economía recibe un embate o shock, hay que analizar de qué lado viene. En este caso, la guerra de Rusia con Ucrania afecta a la materias primas, es decir, a la oferta de la economía. Automáticamente la contracción de las materias primas irriga toda la economía con subidas de precios, la mayoría de las veces especulando en los mercados, tal como explican Javier Blas y Jack Frachy en “El mundo está en venta. La cara oculta del negocio de las materias primas”. Obviamente, los empresarios subirán más de la cuenta los precios aduciendo la coartada de las materias primas. Los salarios irán detrás, pero siempre por debajo de la subida de precios. Los empresarios no tienen por qué subir precios después de los salarios pues ya han subido con creces su beneficios.
¿Qué debería hacer el BCE en este escenario? Subir el precio del dinero no. La subida solo servirá para aumentar los beneficios de los bancos y empobrecer a los endeudados, normalmente pobres y pequeños empresarios, lo que contraerá la economía y el empleo. El BCE debería ayudar a los gobiernos a mantener la economía y éstos atacar a los mercados especuladores de materias primas. Desgraciadamente, la señora Lagarde, presidenta del BCE, parece estar más está al servicio de las entidades financieras, las grandes beneficiadas. Su paso por un desprestigiado FMI explica elocuentemente sus preferencias. Ya Keynes anticipó lo inútil del FMI y, sus expectativas, como siempre, se han cumplido.
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