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Yo también prendería fuego a la ciudad, pero me aguanto

Cristina Morales.

Ana Tristán

A mí es que me gusta ser burguesa en cuanto tengo algo de dinero. Llámame constitucionalista, pero hay veces que necesito tomarme una cañita con su tapa de aceitunas en alguna terraza sin que a mi vera ardan las aceras, ni salga fuego del contenedor. En este aspecto no puedo estar de acuerdo con las polémicas declaraciones de Cristina Morales, autora de la novela `Lectura fácil´ y premio Nacional de Narrativa 2019: “Es una alegría ver el centro de Barcelona, las vías comerciales tomadas por la explotación turística y capitalista, de las que estamos desposeídas quienes vivimos ahí. Es una alegría que haya fuego en vez de tiendas y cafeterías abiertas”.

Mira que hay ocasiones en las que yo también quiero reventar cosas, cual CDR cargada de ira y protesta social. Cada mañana cuando suena la alarma siento ganas de hacer huelga indefinida sin salirme de la cama, ya a primera hora me da un aire anti-capitalista y misántropo incontrolable. Hay días que la cojo con los coches y las motos y camiones que abarrotan la ciudad de humo y pitidos. Los quemaría a todos, cortaría las autopistas de peaje, sabotearía parkímetros y paralizaría a pedradas la Normalidad. Si me dejaran me cargaría incluso a los ciclistas y a los peatones, dependiendo del día y del humor. Pero no lo hago. Me contengo y sigo conduciendo hacia algún sitio o hacia ninguno, sólo por el gusto de contaminar el aire y apoyar el brazo en la ventanilla cortando el viento al pasar.

Si a la ganadora del premio Nacional de Narrativa le parece estéticamente agradable ver como la muchachada prende fuego a la ciudad, qué vamos a hacerle. Mientras no venga a chamuscarme la terraza, que piense y diga lo que apetezca. Al presidente de la Generalidad de Cataluña, el señor Quim Torra, no querría yo escucharle cosa semejante. Y eso que poco le falta. Del papa de Roma no esperaría una escuchar tales disparates.

Pero los artistas, en su condición de artistas críticos y escasamente alimentados, deben expresarse con libertad. Tal es lo que se espera de ellos. Del político uno espera que vista traje y chaqueta, que agite las manos cuando habla y que mienta continuamente para decir la verdad. Del artista se espera que vista raro y lleve brilli-brilli, que polemice con todo, todo el tiempo y que transforme, con sus mañas de artista, nuestra forma de mirar la realidad.

El director de los Mossos d’Esquadra o el de la Policía jamás dirán que son un cuerpo violento al servicio del poder “ante el que solo cabe el sometimiento o la autodefensa”. Así como el cura nunca dirá que quizás Dios no exista y todo sea “una ilusión, una sombra, una ficción”, que escribiera el poeta. Su salario depende de que crean a pies juntillas en lo que hacen. En ambos casos el trabajo que desempeñan presupone obediencia y corrección política y eclesiástica. 

Como escribiera Julio Camba en ‘El discurso de Orbaneja’ (1916): “¿Qué se le puede importar al ministro de la Gobernación de lo que diga un ciudadano cualquiera en un momento de entusiasmo? Todas las revoluciones han sido promovidas por hombres a los que no se les ha dejado colocar sus discursos”

Y así seguimos.

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