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Priorizar, ¿para qué?

Rafael Alonso Solís

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El personal sanitario se ha manifestado en diferentes lugares para denunciar el deterioro de la atención primaria, la escasez de plazas de residentes, los insuficientes recursos humanos y la carencia de medicalización en las residencias de mayores. Una emergencia sanitaria inesperada llevó el sistema al colapso y les hizo trabajar a destajo con los medios del siglo anterior, mientras el sector más frágil de la población iniciaba un viaje sin retorno desde la frialdad de una habitación vacía. La señal de aviso se había dado mucho antes, cuando las mareas blancas salieron a la calle poniendo voz a la primera línea frente a la enfermedad, encontrándose con la indiferencia o la chulería como respuesta. Entre la incertidumbre y la decepción, se cierra ahora la comisión parlamentaria que debería establecer las líneas generales de un plan de choque, con la capacidad suficiente para afrontar la reparación de los desperfectos causados por un patógeno invisible, y prevenir su reaparición o la visita de sus parientes.

Aún siendo una opinión de urgencia, no parece que los primeros indicios contengan el grado de consenso necesario, más allá de sugerencias genéricas. Al menos, en el caso de la sanidad la mayoría de los partidos políticos parecen dispuestos a compartir una mirada común y buscar el escenario para un acuerdo. Pero hay demasiadas banalidades en las propuestas que se emiten desde las comunidades autónomas, entre simplezas identitarias, frivolidades electorales o empecinamiento en la defensa de principios neoliberales que contemplan la sanidad como una oportunidad de negocio. En Cataluña, la derecha independentista sostiene que el coronavirus habría sido más cariñoso si sus huéspedes humanos no hubieran sido españoles, después de haber sometido a la sanidad regional a recortes durante décadas, y de anunciar ahora el establecimiento de bonificaciones que remarcan las diferencias de clase. En Galicia, el candidato popular ha anunciado el regalo de un cheque fin de semana a los médicos, sin añadir una palabra sobre sus ideas para reforzar el sistema de salud pública gallego. En Andalucía, la tragedia de la infección se ha encontrado con el gobierno autonómico iniciando la aplicación del programa de la derecha internacional, lo que provocará el adelgazamiento irremediable de su estructura sanitaria. En Canarias, la crisis sanitaria se ha superado razonablemente sin la presencia de expertos al mando, lo que podría sugerir, equivocadamente, que no eran necesarios. En Madrid... misas y banderas.

El hecho objetivo es que la pandemia ha mostrado la debilidad del sistema público de salud en medios, planificación, capacidad de respuesta, educación sanitaria universal, inversión en investigación, tejido industrial y recursos humanos. ¿No era esta la mejor sanidad del mundo, como se había venido sosteniendo? ¿Conocían la realidad del sistema los responsables y les tenia sin cuidado, toda vez que el discurso político permite decir cualquier cosa con la seguridad de que no tendrá consecuencias? ¿Existe un plan para fortalecer el sistema de salud, capacitándolo para afrontar las necesidades actuales, tanto las previsibles como las imprevisibles? ¿Es posible pensar y acordar una transformación radical de la educación, dotando al alumnado de la formación precisa para entender de manera crítica la realidad, la interrelación entre las diversas formas y manifestaciones de la vida, el papel de la cooperación como mecanismo básico en la evolución del universo, o la responsabilidad de los seres humanos en el inestable equilibrio entre la salud y la enfermedad del planeta?

La tragicomedia que suele representarse en el escenario político no induce al optimismo, y la envejecida receta de amalgamar turismo con cemento se anuncia otra vez como la idónea para cultivar ladrillos en la huerta, apuntalar las bases para la resurrección del pelotazo y construir un país de camareros, pero no para consolidar un tejido científico y cultural que permita responder a los retos del futuro. Las ilusiones de los revolucionarios de los sesenta o de los conspiradores acuarianos de los ochenta se diluyen cíclicamente como consecuencia de la vanidad de los profetas, enfundados en el dogma de cada grupo y cada secta. El conflicto entre la realidad y el deseo siempre encuentra dificultades para descubrir caminos y aprender a recorrerlos priorizando la colaboración frente a la confrontación. Aunque la apuesta es difícil, merecería la pena intentar que nuestro modelo de convivencia se transformase en otro basado en el diálogo de la mayoría consigo misma, buscando unidades de acción integradoras, alejadas de las peleas de bandas y capaces de superar la actual polarización asimétrica que afecta a una especie que, tras dominar el universo en que nació y creció, parece decidida a desaparecer con él, como resultado de sus intervenciones comerciales.

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