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El rábano por donde no es

Eduardo Serradilla / Eduardo Serradilla

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Otra cosa muy distinta es que dicha interpretación de la realidad sea la más adecuada o que responda a unos planteamientos previamente expresados.

Me explicaré. La pasada semana, un airado lector me recriminaba ?y por ende, al periódico- la mala costumbre de desacreditar cualquier iniciativa que venga desde las fuerzas conservadoras españolas. Entre otras cosas, su crítica se apoyaba en los siguientes dos planteamientos: primero en la defensa de cualquiera foro, siempre y cuando éste sirva para transmitir un determinado mensaje. Y segundo, la falta de rigor de quien escribe esta columna, al recurrir a algo tan baladí como un TEVEO para replicar al comportamiento de quien catalogué como “la señora del megáfono”.

En primer lugar, en ningún caso desacredité a la mencionada señora por ejercer su derecho constitucional a expresar su opinión sobre la persona y comportamiento de José Luis Rodríguez Zapatero. El que no comulgue con su postura, y con lo que su imagen representa- ataviada con su abrigo de pieles, cientos de euros de peluquería, y demás adminículos necesarios para alguien de su posición- no significa que le niegue o le censure su derecho a increpar al presidente del gobierno español.

Además, y como señalé en dicha columna, algo se ha avanzado, dado que ahora la mentada señora tiene que salir, megáfono en mano, a expresar sus opiniones. No hace muchos años, personas de su clase mandaban a un tercero para hacer el trabajo que ahora deben hacer ellos.

Imagino que el cambio no les gustará lo más mínimo, pero los tiempos han cambiado ?no tanto como muchos quisiéramos- pero han cambiado. Los privilegios se venden más caros que cuatro décadas atrás y de ahí la nostalgia del pasado. De todas maneras, dudo que después del nueve de marzo, la señora del megáfono y otras tantas como ella, hayan perdido ni siquiera una de las prebendas de las que disfrutan, merced a su estatus social, económico e ideológico.

Por lo tanto, que no me venga el mencionado lector, escudado detrás del nombre del gran filósofo, dramaturgo, estadista y humorista latino Lucius Annaeus Séneca a decirme que critiqué a la “señora del megáfono” por expresar su opinión sobre el actual presidente del gobierno español en funciones . Y mucho menos de la manera que lo hizo.

Y en cuanto al segundo planteamiento, basado en uno de los muchos prejuicios que acompañan al noveno arte desde su misma génesis, son varios los argumentos que se pueden utilizar para contrarrestarlo.

Lo primero y más importante es recordar la tremenda importancia que la revista TEBEO (TBO) tuvo en varias generaciones españolas, antes y después de la Guerra Civil española.

Las aventuras semanales de personajes tan recordados como La Familia Ulises, Melitón Pérez,

Eustaquio Morcillón y Babalí, o el profesor Franz de Copenhague se convirtieron en la tabla de salvación para los niños que vivieron en una sociedad tan cerrada como la española de postguerra.

Siguiendo su estela llegaron publicaciones como Pulgarcito, DDT o TioVivo, las cuales pertenecían a la no menos mítica editorial Bruguera, y también personajes como el Capitán Trueno, el Corsario de Hierro, o el Guerrero del Antifaz. En sus páginas, los infantes de la España “del Imperio hacia Dios” lograban evadirse de las asfixiantes condiciones sociales impuestas por el régimen.

Lo más triste de todo es que, cuando llegó la democracia, el legado del TBO y del resto de las revistas y personajes se terminó diluyendo en medio de la avalancha de nuevos formatos, modas y maneras. El reconocimiento del TBO llegaría desde el extranjero, Francia e Inglaterra principalmente ?algo habitual, por otra parte-, lo cual ayudó a que dicho legado no se perdiera.

En la última década, muchas instituciones y particulares volvieron su mirada hacía el pasado, logrando que el TBO recuperara el lugar que se merecía dentro del legado cultural español.

Después están los prejuicios que acompañan al noveno arte, menospreciándolo frente a otras manifestaciones culturales consideradas “serias”. Para quienes piensan así, el séptimo arte, el octavo ?la radio y/o los videojuegos, según las fuentes que se consulten- y el noveno, ni siquiera merecen el calificativo de “arte”. Son demasiado mundanos y populacheros como para ser considerados una demostración artística. Hasta ahí podríamos llegar, dirán algunos.

No pienso justificar, más de lo que ya lo hago en esta columna, y en la sección de cómic de este mismo medio, las razones por las que considero el noveno arte como una disciplina artística con MAYÚSCULAS. Negarlo es negar un pilar de la cultura contemporánea mundial y un medio de expresión fundamental para, por ejemplo, acceder al apasionante mundo de la lectura. Otra cosa es la alergia que para con la cultura tienen determinados sectores conservadores de nuestra sociedad.

No seguiré añadiendo más argumentaciones, porque tampoco creo que el mentado lector cambie de actitud. Para él, como para otros muchos, cualquier atisbo de cambio va contra natura. Contra la suya, claro está, no contra la de los demás.

Sin embargo, no me callaré una última cosa. TEBEO se escribe con B, no con V.

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