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Rechazar a los inmigrantes

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A  pesar de haberlo venido constatando desde hace años, especialmente a partir de la pandemia y la intensificación de los movimientos migratorios atraídos por el paraíso europeo (como ha ocurrido desde hace milenios: desde los pueblos del Alto Nilo precipitándose sobre el Antiguo Egipto, hasta las “invasiones” de pueblos germánicos e indoeuropeos sobre la Roma imperial…), el resultado de la encuesta elaborada por BVA Xsigth me ha impactado.

El 85% de los encuestados en los países de la UE es partidario de más acciones para combatir la migración irregular. 

Y sólo el 39% cree que Europa necesita hoy el aporte de los inmigrantes en unos tiempos en que estudios prospectivos confiables hablan -ante el declive demográfico y el envejecimiento de la población-  de la necesidad de incorporar un gran número de migrantes para preservar, entre otros objetivos, la viabilidad del sistema de pensiones.

Sin ir más  lejos, el Banco de España, en su informe anual, concluye que serán necesarios 24,67 millones de extranjeros más en edad de trabajar en 2053 para “evitar el proceso de envejecimiento de la población y resolver los desajustes que podrían surgir en el mercado de trabajo español”.

Se están imponiendo, a la vista de todos, instintos y actitudes de irracionalidad colectiva que nada bueno, ni nada útil,  presagian. Y siempre habrá quienes pretendan cabalgar sobre esos temores colectivos como herramienta para alcanzar o preservar el poder político o su influencia social y sus privilegios.

¿Son estos los mismos países, las mismas naciones, que desde los albores de la Edad Moderna se embarcaron en la dominación del Mundo, en el expolio de sus riquezas, la destrucción de sus sistemas de organización social, de sus culturas y valores, y la esclavización -cuando no el exterminio-  de muchos de sus pueblos originarios?

Por cierto que, a lo largo de todos estos siglos de imperialismo europeo, en el único país donde se desarrolló un debate colectivo sobre la legitimidad de las conquistas y la apropiación de sus riquezas, el sometimiento de sus pobladores y sobre la condición de verdaderos seres humanos de sus habitantes originarios fue en la tan denostada España, la de la “Leyenda Negra”, que cristalizó en las llamadas Leyes de Indias (1512 y 1544) con mandatos muy específicos sobre los derechos de los indígenas y el trato humanitario que debía dárseles. La Controversia de Valladolid, impulsada por Carlos V,  formaliza la culminación y las conclusiones de ese debate.

Aportaciones como las de Bartolomé de Las Casas y  el P. Mariana y Francisco fueron trascendentales en la formación de los valores del humanismo. Así como lo fueron las de Francisco de Vitoria en el nacimiento del Derecho Internacional.

Son los países europeos los que durante los siglos XIX y XX se repartieron el mundo y, en particular, toda África. Me centro en este continente tan cercano porque es el origen de buena parte de los migrantes que llegan a Europa y, particularmente, a las Islas Canarias.

En la aludida encuesta, los ciudadanos de Francia (53%), Bélgica (59%) y Países Bajos (62%) consideran la migración como un problema. Aunque reconozco que me ha causado un cierto efecto lenitivo leer que en España “sólo” el 39%.

¿Se trata de la misma Francia que colonizó casi todo al Magreb hasta mediados del Siglo XX? ¿De la misma Bélgica que explotó los recursos naturales y a la población de inmensos territorios del África subsahariana?

¿Y que cuando se vieron obligados a reconocer la independencia de esos territorios, que las potencias coloniales se habían repartido sin el menor respeto a la geografía y a las estructuras de organización social preexistentes, continuaron realizando “interferencias” y dispuestos “a instalar y mantener en el poder a gobernantes favorables a sus intereses”? (Josep Fontana, El Siglo de la Revolución, pág. 362).

¿Y en cuya intromisión en la “soberanía” de los nuevos Estados está en el origen de guerras civiles y golpes militares que asolaron países con dificultades, además, para “ensamblar en un proceso nacional los poderes tribales, cuyas rivalidades tradicionales habían sido exacerbadas durante la ocupación colonial” (Erick Hobsbawn, Historia del S. XX, pág. 211), en ejecución de la estrategia de “divide-and-rule”, divide y vencerás,  al servicio del puro interés metropolitano?, como refiere el propio J. Fontana en el texto citado, pág. 162.

Los países europeos y sus gobiernos, durante su dominio de África, no efectuaron el menor esfuerzo en promover el desarrollo de los países colonizados y en interés de sus pueblos, sino que sus inversiones en infraestructuras de transportes y comunicaciones, lejos de responder a las potencialidades de los territorios dominados y a sus expectativas de desarrollo “a la europea”, fueron pensadas, financiadas y ejecutadas exclusivamente “para explotar mejor los territorios coloniales y exportar sus productos” (J.Fontana, pág. 162) ya que sin ellas “no se podían explotar con eficacia los recursos de los países dependientes. (E. Hobsbawn, pág. 208).

Subraya, además, el historiador E. Hobsbawn que las ideologías y los sistemas de valores precapitalistas o no capitalistas vigentes en los países colonizados, “como forma de ordenar el lugar de los seres humanos en el Mundo”, eran en muchos casos superiores a la creencias que las cañoneras, los misioneros, los comerciantes y los administradores coloniales llevaban consigo“ (página 205). 

Tras el colonialismo quedaron sociedades destrozadas, Estados fracasados, dictaduras corruptas y despiadadas de todo tipo, retorno del feudalismo sangriento de los señores de la guerra, armados hasta los dientes y financiados por grandes multinacionales interesadas en seguir esquilmado los metales raros o los “diamantes de sangre” y explotando a una mano de obra sometida a condiciones similares a las de la esclavitud…

Esa es la realidad que dejamos, como responsabilidad colectiva de las sociedades occidentales, en los territorios y países que hoy son el origen de los cada vez más intensos flujos migratorios.

Tal vez habría que promover un gran debate, no sobre la legitimidad de la conquista, el sometimiento de poblaciones y las masacres que acompañaron todas las manifestaciones del imperialismo europeo; sino  -paradójicamente- sobre el derecho de los seres humanos procedentes de territorios y pueblos que fueron devastados por el imperialismo occidental a la vida, a la dignidad, a la libertad de tránsito… en definitiva, sobre si son o no son -como se discutió arduamente en la España del S. XVI-  verdaderos seres humanos y titulares de los derechos que las Grandes Declaraciones Universales y los Tratados Internacionales les reconocen como derechos  inseparablemente unidos a la condición humana.

¿O continuará ocurriendo per secula seculorum que los derechos de humanos, que tan solemnemente proclamamos, en realidad son exclusivamente los derechos del capital a la libre circulación, a la deslocalización de empresas y, en definitiva, a seguir esquilmando los recursos y la naturaleza de inmensas extensiones del “Planeta Azul” y condenando a la explotación y a la miseria a miles de millones de personas idénticas a ti y a mí?

¿O que donde dice “derechos naturales e inalienables del hombre”, en realidad dice derechos inalienables del hombre blanco y derivados de su supremacía?

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