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Pero sigue siendo el rey

Cristóbal D. Peñate

Cuando se cuestionaba que la Justicia era igual para todos, por mucho que lo dijera el rey, Rajoy repetía el mantra sin mucha convicción: la justicia es igual para todos, la justicia es igual para todos... Puede que lo sea para algunos políticos, dependiendo del nivel que tengan, pero ni de coña es igual para todos.

La sentencia del caso Noos es el ejemplo vivo de eso. Las absoluciones y las condenas irrisorias solo invitan a pensar que no todos somos iguales ante la ley, como tampoco somos iguales para Hacienda.

Tiene gracia que sea el rey el que tenga el atrevimiento de decir que la justicia es igual para todos, justamente en el país en el que el rey es el único español inviolable e inmune a la justicia. O lo que es lo mismo, que no es responsable de cualquier delito que cometa. O sea, hablando en plata, que es un irresponsable en materia penal.

En cambio, Soria sí debió pensar que la Justicia es igual para todos cuando, dos días después del fallo judicial sobre las andanzas de la infanta Cristina y su marido Iñaki Urdangarín, sufrió en propia carne un contratiempo judicial en el que el juez lo tildó de mentiroso, tras soltar varias trolas sobre su viaje a Punta Cana, al igual que hace unos meses hizo con sus papeles de Panamá y su dinero en paraísos fiscales, lo que le obligó a dimitir antes de que pudiera ser cesado de mala manera.

No hay nada como dejar de ser ministro para que dejes de ser aforado y compruebes que la Justicia es igual para casi todos. Cuando te quitan el privilegio de la inmunidad, te conviertes en un ser humano más, con sus defectos y sus miserias. No es que antes no las tuvieras; solo que ahora se hacen públicas y te condenan por ello porque, además de perder la vergüenza, pierdes también el aforamiento.

La chulería de Soria le hizo creer que era inviolable e inmune a la justicia, como el rey, y por eso tuvo la insolencia de denunciar a los periodistas de canariasahora.com y eldiario.es que descubrieron que se había hospedado en un hotel de lujo de Punta Cana, propiedad de su amigo Martinón, sin pagar la estancia. Si se hubiera quedado callado, hoy su craso error pasaría más desapercibido, pero tuvo la osadía de responder a una gran verdad con una enorme mentira.

Ahora ha quedado como un embustero compulsivo porque no es la primera vez que miente y que lo descubren públicamente. Él mismo finiquitó su carrera política con sus mentiras. Ahora que está fuera de ella no es capaz de irse como un hombre decente. Quiso ser el rey intocable, pero al final solo consiguió ser el rey el de las mentiras.

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