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Wangari Maathai, la ecologista africana

Juan García Luján / Juan Garcia Luján

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Cuando Wangari nació su comunidad le dio la bienvenida cumpliendo el ritual tradicional. Las mujeres que habían ayudado a la parturienta traían a la casa de la madre racimos de plátanos de sus tierras, también traían caña de azucar color violeta y batatas. Los últimos meses previos al parto se criaba un cordero en casa de la embarazada. Tras el parto el padre sacrificaba el animal, después asaba la carne junto a los plátanos y las batatas que habían traído las amigas. La madre tenía que comer los trozos de la carne asada con los plátanos y las batatas. Después de masticar la carte y la fruta y la batata, la madre daba al bebé jugo de esos productos. Por eso Wangari comió cordero y batata antes que leche materna.

Cuando Wangari tenía once años, su familia consiguío una beca y pudieron mandarla a estudiar a la escuela intermedia de la misión católica de Santa Cecilia. Las monjas combinaban una actitud protectora con una disciplina colonialista. Las niñas tenían que olvidar su lengua materna, las obligaban a hablar en inglés. Si descubrían a alguna hablando en su idioma, les colgaban un cartel que ponía “soy estúpida, me pillaron hablando mi lengua materna”. Estando interna en la escuela, estalló la rebelión de los independentistas keniatas. Las monjas contaban a las niñas que los rebeldes Mau Mau querían infundir terror en la población y que los ocupantes británicos intentaban poner orden. A pesar de ese ambiente conservador de la escuela, Wangari mantuvo siempre un espíritu rebelde.

Tenía 16 años cuando la detuvieron por primera vez y la internaron en un campo donde había cientos de personas hacinadas. Años después supo que se calcula que unos cien mil africanos, en su mayoría kikuyos, murieron en los campos de concentración que montaron los británicos durante la lucha por la independencia.

Después del instituto Wangari consiguió una beca y pudo ir a estudiar a Estados Unidos. Allí se licenció en Biología. Cuando regresó fundó el movimiento Cinturón Verde, lo formaban un grupo de mujeres que se movilizaban para defender la naturaleza y ayudar a la población. Wangari pudo entrar como profesora en la universidad y se casó con Mwangi Mathai, un diputado del Parlamento de Kenia. Tuvieron tres hijos. Wangari no quería asumir la costumbre británica de anular su apellido y asumir el de su marido. Wangari comenzó a ser conocida públicamente. Un día llegó a casa y sus hijos le dijeron que su marido había recogido sus cosas y se había marchado. El marido la denunció y Wangari perdió el juicio. La líder ecologista declaró a la prensa que el juez que dictó la sentencia en su contra tendría que ser corrupto o incompetente. Se tuvo que enfrentar a otro juicio por desacato y fue condenada a seis meses de cárcel.

Desde que nació Wangari no ha dejado de luchar. Durante sus primeras horas el bebé Wangari luchó contra el jugo de la carne de cordero y la batata asada que llegaba a su delicado estómago. Después mantuvo una batalla para no perder su lengua materna cuando las monjas le obligaban a rezar en inglés. Luego luchó para que no murieran los bosques de Kenia. Después se rebeló contra una sociedad machista que no soportaba que una mujer destacase más que su marido y contra un juez que dictaba una sentencia de divorcio cargada de prejuicios. Llegó a tener problemas en la universidad porque no veían con buenos ojos a una mujer que se divorciaba de un político.Su marido declaró que Wangari “era demasiado educada, con demasiado carácter y demasiado éxito para poder controlarla”.

También luchó en el terreno político y en enero de 2003 ganó las elecciones al Parlamento de Kenia, a pesar de los muchos obstáculos que le pusieron. Al año siguiente llegó la gran recompensa con el reconocimiento internacional a su lucha: la academia sueca le otorgó el premio Nobel de la Paz por su lucha ecologista. En 2007 Rodríguez Zapatero eligió a Wangari Maathai junto a otras personalidades internacionales para redactar su programa electoral de 2008. Wangari Maathai escribió su interesante vida en el libro “Con la cabeza bien alta”, donde deja constancia de cómo se formó su pensamiento en un contexto colonial. Su última batalla fue contra el cáncer de huesos. Wangari perdió su última batalla por la vida, por su vida. Queda una referencia y un ejemplo de 71 años de vida intensa, de lucha constante de la ecologista africana más internacional.

Juan Garcia Luján

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