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'Extra Ecclesiam nulla salus'

Israel Campos

Las Palmas de Gran Canaria —

Los meses de verano siempre han sido propicios para que los medios de comunicación se hagan eco de noticias relacionadas con los descubrimientos arqueológicos de turno. También es verdad que estas cabeceras venían a coincidir con los momentos en que las campañas de excavaciones comenzaban en los diferentes yacimientos, y la ausencia de noticias de envergadura política facilitaban que se colaran, a veces como titulares, entrevistas a arqueólogos tratando de hacer cercano al público las piedras que tenían entre manos.

Este verano no está siendo propicio en estos temas, por eso no nos sorprende que a falta de hallazgos bajo tierra, se le haya dado una amplia cobertura mediática a las últimas declaraciones del papa Francisco en relación con cuál considera él que es el estatus en el que los católicos que se han divorciado se encuentran dentro de la Iglesia. Como se han esforzado en resumir los periodistas, el papa ha dicho: “los divorciados no están excomulgados, sino que forman parte de la Iglesia”, le faltó decir: “si ellos quieren”.

Resulta comprensible que esta afirmación papal en el transcurso de una audiencia general estival suscite sorpresa entre quienes lo oyeron, pues estaba muy consolidada la idea de que aquel creyente que obtenía el divorcio tras haberse casado por la Iglesia, automáticamente quedaba excluido de la comunión, y de ahí la asimilación con la idea de “excomunión”. El hecho quedaba agravado si además dicha persona volvía a contraer matrimonio por lo civil (puesto que salvo anulaciones por el Tribunal de la Rota por medio, a ojos de la Iglesia – y de Dios – esa persona seguía casada).  Sin embargo, parece que con esta declaración de Francisco, muy en la línea de sus otras “innovaciones” o “revisiones” que están caracterizando su pontificado, esta situación anómala del creyente católico se aclararía de una vez. Pero esto no parece tan claro a simple vista.

Estamos asistiendo desde hace dos años a una manera totalmente diferente de ejercer el papado, en buena parte porque las formas de Bergoglio han roto de manera radical no sólo con el proceder de Ratzinger, sino con toda una tradición de siglos en torno a la manera de actuar del obispo de Roma y del estado Vaticano. De ahí que cualquier declaración “llamativa”, sea seguida y magnificada de forma clamorosa por medios afines a la Iglesia y por otros muchos no lo son tanto. Resulta comprensible ya que los últimos años de Wojtyla y los de sus sucesor terminaron de afianzar una percepción un tanto hostil y de desconfianza hacia una jerarquía eclesiástica que parecía haberse quedado ajena a las revoluciones que se estaban produciendo en el mundo entero con el cambio de milenio. A lo que los escándalos sexuales encubiertos por una parte de esa jerarquía no ayudó en nada.

Sin embargo, después de dos años de “nuevas formas”, el sentir general hacia la figura del papado parece que ha girado de forma significativa. Un papa cercano y comunicativo, que hace declaraciones delicadas y que no teme decir lo que piensa, ha servido como mejor catalizador de una mudanza de la que parecía que la Iglesia se había apeado. Pero, ¿a dónde están llegando esos cambios?

No podemos olvidar que la Iglesia, a pesar de su fuerte jerarquización y el protagonismo que la tradición ha concedido al papa como Vicario de Cristo en la Tierra, es una institución con casi dos mil años de historia, que se ha adaptado pacientemente a cada uno de los desafíos con los que la humanidad se ha encontrado durante este tiempo. Los ritmos de estos cambios nunca los han marcado las demandas que las circunstancias presentaban, sino los engranajes internos de esa compleja maquinaria. Recordemos que cuando Europa se convulsionaba con las reformas protestantes, la Iglesia organizó un concilio en Trento para establecer su Contrarreforma (1545-1563), o cuando las puertas parecieron abrirse con el Concilio Vaticano II (1962-1965), luego fue el propio papado quien echó los candados de nuevo, asustado de hasta dónde podrían llegar los intentos de cambio desde el interior.

Lo que quiero decir con esto es que después de dos años en los que Francisco parece haber marcado su actuación a través de titulares significativos sobre homosexualidad, pobreza, ecología, abusos sexuales, pacifismo, etc., va siendo hora de que de verdad se concreten todas esas palabras bienintencionadas. La Iglesia no funciona con las opiniones del papa dichas ante la prensa. La Iglesia como institución funciona a través de sus dogmas, de su legislación recogida en el Código de Derecho Canónico y a través de sus preceptos y creencias recogidos en el Catecismo de la Iglesia Católica, que todavía sostiene la afirmación: Extra Ecclesiam nulla salus (Fuera de la Iglesia no hay salvación). Son esos elementos los que definen la vida del creyente católico que quiera sentirse “en comunión” con la Iglesia y no la buena voluntad comprensiva dicha a través de palabras, que normalmente… se las lleva el viento.

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