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Mentiras desde el paraíso por Juan M. Betancor León

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La desaparición de la URSS en la última década del siglo pasado abrió la caja de Pandora. El capitalismo entró en tromba sobre los nuevos mercados, ahora abiertos hacia la nueva economía, aportando enormes recursos materiales y humanos. La globalización era el objetivo y para ello se facilitaba cualquier movimiento de capital, pues las plusvalías no sólo enriquecían a las empresas sino también a la “metrópoli”.

Los trabajadores de esos nuevos países capitalistas se convirtieron en la fuerza de trabajo barata, mientras en el resto de los países, ya sin el temor a una invasión comunista, se empezaron a cambiar las condiciones de trabajo en aras de la competitividad y con el beneplácito sindical.

Los salarios bajos y la inseguridad eran camufladas con un consumismo salvaje: dinero barato con bajo interés y devoluciones a largo plazo. Todos se apuntaron, era normal ver a cualquier ciudadano llevar en su cartera diez o más tarjetas de crédito de cualquier entidad o comercio.

Los estados o eran miopes o creían el famoso “laisser faire, laisser passer” ilustrado; el neoliberalismo había llegado y con él la sobreexplotación de los recursos, el negocio fácil y especulativo y los paraísos fiscales. Todo ello sin control de las plusvalías y los movimientos de capitales, España fue una excepción gracias al caso Filesa, permitiendo incluso la explotación humana, guerras con fines económicos etc. en pro del “estado de bienestar”. Esta sociedad del bienestar es la que se sostiene con contratos basura, precariedad en el empleo, agresiones medioambientales mientras los organismos económicos supranacionales (FMI, BM?) conocedores de esta situación pero bajo el control de los estados más poderosos y sedes de la mayoría de las multinacionales, dejaban hacer como si no fuese con ellos.

Perdimos la gran oportunidad política de crear un mundo global basado en la igualdad de oportunidades y el Derecho, la ONU perdió su sentido, el papel de los estados llamados democráticos fue el de apoyar el crecimiento económico a costa de más mercados y cualquier medio era lícito: conferencias, acuerdos bilaterales, donde lo económico primaba sobre lo político.

El consumismo lo embargó todo y en eso el capital siempre ha sabido moverse: primero para mostrar al comunismo como el demonio feroz que reprimía la libertad individual y después para “engolosinar y adormecer” a la masa trabajadora, la cual asimilaba libertad y derechos con consumo.

No teníamos dinero teníamos deudas y de pronto nos dimos cuenta de que las fichas del dominó fueron cayendo una a una, hasta que nos llegó la hora. Lo que pasó es que vivíamos en una patraña, donde el “dinero ficticio” pasaba de mano en mano hasta que alguien dijo ¿Dónde está el dinero? ¿Quién va a pagar esto?

El rostro de la crisis no es el mismo para todos. En los países pobres es más famélico que en los países ricos y la emigración es la respuesta más notoria junto al aumento de la pobreza. En los países ricos por de pronto no llegamos a esos extremos, aunque socialmente creo que el “síndrome de abstinencia del consumo” puede llevarnos a la degradación del trabajo, pero el peso recae totalmente en el Estado, el cual a corto o medio plazo puede caer totalmente rendido a los pies de los “caníbales” y ver como peligra el Estado de Derecho de no actuar con valentía y hacer frente a quienes más se han beneficiado y esperan más.

El neoliberalismo no entiende de igualdad, ni se mueve por intereses sociales, solo por objetivos económicos donde los individuos son el objetivo, la presa.

Sin llegar a ser un experto en la materia, creo que no necesitamos líderes, necesitamos responsabilidades compartidas, volver a poner lo humano, lo social por encima de lo económico, hablar sin tapujos del mismo modo que lo hemos estado haciendo con el cambio climático. Debemos cambiar las relaciones económicas (controlamos más los movimientos de delincuentes que las transacciones económicas), favorecer la creatividad, la salud medioambiental, poner coto a los despilfarros, a la ambición trasnacional y también “globalizarnos socialmente”.

Juan M. Betancor León

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