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Resfriado

José María García Linares / José María García Linares

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A la gente le encanta hablar de enfermedades. Les pirran las series de médicos, tipo Urgencias o Anatomía de Gray y darían un pie sano por poder hacerse con un bastón tuneado como el del doctor House. Hoy todo el mundo tiene lupus, todos quieren un punción lumbar y que les atienda una doctora cuyos pechos estén a punto de reventar los botones de su bata. Los pacientes, incluso, acuden a las consultas externas con su propio diagnóstico, que han estado buscando por Internet. Cualquiera le dice a uno de éstos que lo que tiene no es un tumor estomacal en fase tres como el del capítulo seis de la tercera temporada de Hospital Central, sino un problema de gases.

No le respondí a mi compañero del Instituto. Lo que sale en la tele tiene más credibilidad que lo que puedes leer, que lo que puedes oír. Suele pasar con los medios de comunicación más populares entre las masas, tales como la televisión y, hoy, Internet. A largo plazo, los contenidos que se emiten importan mucho menos que el medio en sí mismo, sobre todo a la hora de influir en nuestra manera de pensar y en nuestros actos. Los medios populares moldean lo que vemos y cómo lo vemos. En consecuencia, como dijo McLuhan en su día, “los efectos de la tecnología no se dan en el nivel de las opiniones o los conceptos”, sino que alteran “los patrones de percepción continuamente y sin resistencia”. Los medios no son sólo canales de información. No sólo proporcionan la materia del pensamiento, sino que modelan también el propio proceso de pensamiento. Total, que la televisión se convirtió hace décadas en una manera de pensar. A la mayoría de la gente, en el fondo, le da igual la información que le den. Cuando pulsan el mando y encienden la caja tonta, es para creerse lo que le digan. La Esteban sale en Telecinco, por tanto su discurso es cierto. Y si dudas, polígrafo al canto. Salvando las distancias, algo parecido ocurre en la Web. Sólo lo que aparece en una búsqueda de Google tiene existencia. De lo cual se deriva que en estos tiempos internautas que padecemos sólo existes si estás conectado. Hay muchísimo más. “No soy capaz de concentrarme como antes”, le dije a mi parienta. Es cierto. A veces me siento descentrado en mi casa, no sé qué hacer de entre todas las cosas que tengo por realizar. Picoteo de aquí, busco por allá. Abro un libro y a los veinte minutos cojo otro, pongo la radio y la quito al momento para mirar el Facebook, lo cierro y me voy al blog y al final acabo agotado de no hacer nada. Lo que pensé que era un problema personal está siendo la tónica, según los investigadores. Menos mal. ¿Te imaginas, lector? Desquiciado y con gripe A. Un cromo.

José María García Linares

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