Cuentan los periodistas Fernando Rueda y Elena Pradas en Ka: Licencia para matar, cómo Vicente López Pascual no disimulaba la verdadera misión que ejecutó en El Salvador, y que no era la de corresponsal periodístico. En la primavera de 1988, en una rueda de prensa con un ministro democristiano salvadoreño, el espía desplegó toda su artillería: “Señor ministro, la verdad es que actitudes como las del sacerdote Ignacio Ellacuría y su famosa Universidad Centroamericana no se pueden admitir, ¿van ustedes a quedarse cruzados de brazos mientras saben positivamente que esa gentuza alimenta a la guerrilla?”. La respuesta del ministro fue contemporizadora, remitiendo al presunto periodista a su condición de representante de un medio de comunicación de España, cuyo Gobierno “sigue nuestra línea de búsqueda del diálogo”. Pero el espía no se cortaba un pelo: “Todo lo que usted quiera, pero mientras no adopten medidas mínimas de control de cabecillas de masas, tienen la cosa bastante fea”. Las medidas las pusieron un año y pico después los escuadrones de la muerte.