El modus operandi es el mismo que el de su excelentísimo jefe: matar al mensajero, que del fondo de la cuestión se ocuparán otros. Águeda Montelongo, presidenta del PP majorero y consejera de Turismo del Cabildo de Fuerteventura, montó en cólera este viernes cuando leyó en esta misma sección el contenido de la carta que en septiembre pasado escribió el vicepresidente de esa institución, Guillermo Concepción. La doña subió como una exhalación a la segunda planta de la Casa Palacio insular, y taconeando al más rabioso estilo paso de la oca, atravesó de una ala a la otra gritando como una posesa en busca de lo que ella llamó “el chivato”. Es la reacción clásica de quien sabe que tiene un problema grave y no sabe cómo evitar que tal problema se conozca. Porque, efectivamente, las acusaciones vertidas por el vicepresidente del Cabildo contra Águeda Montelongo son de una enorme gravedad. Lo malo es que, como cualquier vulgar mediocre, la afectada no encontró mejor desahogo este viernes que intentar matar al mensajero. Lo correcto, dicho sea con ánimo constructivo, hubiera sido llamarnos para ofrecer una explicación, un rotundo desmentido o un sonoro sopago o, en su defecto, emitir un comunicado que aclare por qué su compañero de partido puso eso negro sobre blanco, con copia a Soria y a la calla Génova. Que eso escuece que es un gusto.