Lo que le pasa a la Policía Local de Las Palmas de Gran Canaria no hay cuerpo que lo resista. Porque aunque a trancas y barrancas la ciudad funcione desde el punto de vista del tráfico y de la seguridad, cualquiera que profundice un poco en lo que pasa dentro de esa casa llega de inmediato a la conclusión de que Dios es grande y estamos escapando locos de una desgracia. Desde que Pepa Luzardo dio entrada al rambismo y se mezclara el hambre con las ganas de comer, la Policía Local de la capital grancanaria va de mal en peor. La llegada de los socialistas dejó atisbar al principio cierto interés por arreglar ese cuerpo, pero volvió a ganar la mediocridad y la desidia y el poder que ejerce un núcleo juarista. De ahí que hoy nos encontramos con constantes actuaciones que desprestigian a un colectivo que sufre el bochorno un día sí y el otro también. Hace poco les contábamos aquí aquellos episodios de los carnavales de 2009, cuando una alcoholemia congregó a una docena de agentes para que presenciaran un tráfico de influencias de libro. La cosa se ha saldado, de momento, con la absolución judicial del subinspector protagonista del hecho, lo que automáticamente se ha transformado en barra libre para los que ansiaban otro espaldarazo para ejercer de pistoleros por la ciudad.