Y es en esa concepción de “público” donde podría estar la clave del arco, la respuesta a todos los interrogantes que nos estamos planteando ante esta nueva ocurrencia cabildicia. ¿No será que lo que estorba a los promotores de la idea es la concepción eminentemente pública que otorgó a la parcela del Estadio Insular el anteproyecto de los arquitectos Casariego-Guerra? Porque, si de adaptar el proyecto a una filosofía más comercial o empresarial se trataba, ¿por qué no llamar a los padres de la criatura para que al menos lo intentaran? La respuesta quizás haya que encontrarla en el modelo de explotación que se pretende, una concesión en el que el adjudicatario corra con la inversión y luego disfrute de un largo periodo de explotación, es decir, a una explotación privada de un espacio público, posiblemente un complejo deportivo y de ocio de lujo que preste servicio al otro barrio colindante, Ciudad Jardín. Eso sin contar posibles usos completamente descartados por el anterior equipo de Gobierno en el Cabildo: viviendas, oficinas? que es seguramente lo que algunos empresarios han tratado de inocular en los deseos de posteridad de José Miguel Bravo de Laguna. ¿Qué empresarios?, se estarán preguntando ustedes. Vayan tomando nota de dos, por el momento, Rafael González Bravo de Laguna (Ser Canarias) y Juan Miguel Sanjuan (Satocan).