Terminó provocando la compasión el pobre Andrés Chaves, que no dejaba de recordar a los presentes que fue un niño malo, que nunca debió maltratar a don Pepito como lo hizo durante años (“el instigador del daño fui yo, señoría”). Por un desliz, el testigo mencionó un libro propio que hasta ese momento nadie había nombrado, Isla de Locos. Creía que nuestra defensa lo iba a hacer y lo que consiguió fue llamar la atención del juez, que le preguntó por esa obra. Chaves dijo no recordar la fecha (se publicó en 1993), pero sí que fue “un libro ofensivo... y también le pedí disculpas” (por Dios, qué meloso). Chaves situó sus diatribas en “motivos puramente de rivalidad periodística”, y alcanzó el cénit de su arrepentimiento al adentrarse en otra curiosa teoría periodística digna de análisis facultativo: “Claro, lo que pasa es que, señoría, uno se desborda, uno escribe todos los días y la vara de medir... se descontrola”. La vara de medir de Andrés Chaves lleva años descontrolada, unas veces en un sentido y las demás en otros, dependiendo siempre de quien le invitara a comer o le ayudara a llegar a final de mes. Es evidente que en los años en que insultaba a don Pepito con términos muchos más gruesos que ese, no estaba a sueldo del editor. Les sugerimos que no se pierdan estos 83 segundos porque con ellos acaba esta sublime selección audiovisual del juicio que perdió don Pepito, al que la Audiencia Provincial ha condenado a pagar las costas.