A tal fin, la Consejería de Turismo, a través de su filial Promotur, fijó un tope de cincuenta entradas como disponibles para cada uno de los patronatos insulares, de modo que cada cual pudiera cursar sus correspondientes invitaciones. No hubo, por lo tanto, un criterio central, gubernamental, institucional que impidiera, por ejemplo, que conocidos empresarios o touroperadores no estuvieran la misma mañana de autos locos buscando una entrada,. que alguno se apostara a la puerta del boncho esperando que alguien le colara, o que se emplearan muchas de las invitaciones en el personal de los stands de cada una de las islas, lo que volvió a convertir aquello en una fiesta canaria con unos cuantos alemanes dando color. Felicitamos a la consejera por el intento, pero le sugerimos respetuosamente que introduzca efectos correctores para impedir en Berlín un Fitur II.