Las empresas públicas dependientes del Gobierno de Canarias son una auténtica sangría. Y lo saben el presidente y el vicepresidente, hasta el punto de llegar este último a decirlo al menos una vez (luego tuvo que envainársela al ver los efectos colaterales de un posible tijeretazo). Los sucesivos gobiernos que hemos padecido han utilizado esas mercantiles para el enchufe y el compadreo, cuando no para camuflar tras ellas la financiación de campañas electorales y otros suplidos y gastos varios. Sería conveniente, antes de cerrarlas, auditar a algunas de ellas y tener especial cuidado en esas auditorías con los gastos que se han abonado a algunos altos directivos. En Proexca, por ejemplo, sería bueno saber por qué en 2006 y 2007 se llegaron a pasar como dietas alquileres de coches descapotables, estancias en hoteles de lujo una Nochevieja o el pago de exceso de equipajes de un viaje de placer de regreso de Nueva York. El consejero entonces era José Carlos Mauricio, que sigue mostrando públicamente un cariño especial a su sucesor, José Manuel Soria, que ha heredado esas cuentas y en ese estado. Y sin hablar de “huellas imborrables”, lo cual tiene mucho mérito.