Hace tiempo que el disparate se ha instalado en muchas instituciones y organismos públicos relacionados con la cultura. Programadores que confunden éxito con taquilla, vanguardia con teletienda, difusión con escandalera, Bonet con Bisbal... Otros se aferran a la idea de que la gestión cultural ha de ceñirse en exclusiva a ofrecer buenos números a costa de lo que sea, aunque ese “a costa de” consista en perder el control de lo que propones a la sociedad que te paga con dinero público. Ocurre, por ejemplo, en el Auditorio Alfredo Kraus, donde su director, Luis Acosta (de lo que sea) ha puesto la comunicación de una de sus joyas, Arrecife de las Músicas, en manos de una cervecera, CCC. Le darán el Nobel de Economía, seguramente. Otra cosa es el surrealismo, para lo cual también hay que saber.