José Manuel Soria se llevó, como decíamos, un enorme fiasco. Los empresarios lo encontraron tenso, más tenso que nunca, con evidentes muestras de estar perdiendo una a una todas las batallas. Esa debilidad -claro está- anima a los empresarios a cantarle las cuarenta, todavía con mucha amabilidad y cautela, pero las cuarenta, que no jeringan pero atormentan. Le recordaron, por ejemplo, que no es de recibo que, al principio, la operación del istmo la pusieran en exclusiva en manos de dos conocidos empresarios de Las Palmas, Eustasio López y Juan Miguel Sanjuán, y que fueran éstos los que iniciaran los contactos políticos para recabar los apoyos. Es decir, el carro antes que los bueyes. Al resto del empresariado, morcillas para comer, morcillas para merendar y morcillas para cenar. Luego vino la promesa de la RIC, que se ha tornado ahora dinero urgente, con lo que el castillo de naipes se desmorona.